(Comentarios a la película “LA SEÑAL”, de Mignogna, Darín y Hodara.)
Sí, cual es la que nos dejó Eduardo Mignogna, o al menos le dejó a Ricardo Darín, y resto de comprometidos con el proyecto, para poder llegar a ser nuestros interlocutores finales. ¿La entendieron? Porque la película, a desgana de lo que alborotan la mayoría de las críticas argentinas, o no, leídas, es pobre, lánguida, aporta escasa sustancia al recuerdo enriquecedor, y menos a la vivencia instantánea -sí, eso de ir al cine a disfrutar, cuanto menos-, y por todo esto se convierte en antigua y poco convincente. Un espectador se queja en INTERNET de que el crítico de LA NACIÖN de Buenos Aires debe haber escrito su comentario sin ver la película. Los que no leímos el libro y mucho menos el guión original, como la mayoría de espectadores, por supuesto, no podemos comparar, ni elucubrar acerca de que lo de Mignogna era mejor, más sólido y eficaz. Si presuponemos -el mismo Darín lo dice en repetidas entrevistas- que a la historia o guión primigenio se le han escamoteado, o alterado, cosas, con todo el derecho de sus re-creadores en hacerlo, podríamos acordar en ello. Pero…
Sí, pero…; por eso me preocupa qué nos quiso decir Mignogna, muy afecto y culturalmente acostumbrado, por sus raíces italianas y sus quehaceres porteños, a hacer señales, gestos, guiños, dibujos simbólicos en el aire cargados de matices y sentidos, y guardarse la explicación literal y verdadera para algún otro momento. Explica algún comentarista argentino que Mignogna acentuó bastante el escenario social y político en la historia literaria de esta película. Si es así, desde luego que en la película de Darin y aláteres el tema no puede estar más ausente. Pero lo curioso es que, en otras películas del creador de esta historia, pasaba lo mismo. El contexto social y político general aparece siempre anecdótico y lateralizado, como si fuera obligatorio, pero no sentido ni necesario a la trama principal.
Puestos a elucubrar, yo vislumbro la voluntad del autor en legarnos, mistéricamente, una cierta parábola de su propia vida -y quizás entrevisto final- curiosamente desde claves político-sociales y culturales fundamentales para él. Véase por ejemplo sus comienzos en el largo metraje con “Evita: ¡Quién quiera oír, que oiga!”, de 1983, donde se narra en forma de docudrama -género al que fue muy afecto e hizo extensible a su fecunda y muy elogiosa labor en mini-series televisivas-, la historia de los comienzos de Eva Perón como fenómeno social, político y popular. La llegada a Buenos Aires y el comienzo de la aventura vital de la que llegó a ser Primera Dama del país, al mismo tiempo que líder carismático de las clases populares. Y Eduardo Mignogna cierra su carrera con esta última narración-guión-película que no pudo llegar a dirigir, “LA SEÑAL”, historia crepuscular de dos detectives privados en pleno comienzo del final del régimen peronista, sintetizado en la agonía y muerte de Eva Perón.
Hay que recordar que el cineasta fue, como muchos de sus amigos y contemporáneos, criado y educado en parte durante los dos mandatos iniciales del régimen peronista, y vivió y padeció su aparente debacle bajo las armas en los 70, así como su ilusorio renacer en tanto movimiento empolvado y maquillado durante los 90. Por los ideales iniciales del Peronismo, confusa y dolorosamente rescatados en la omnimosa década argentina por la juventud politizada, se derramó gran parte de su esperanza y futuro. El propio Mignogna había casi completado su politización a mediados de los 60, durante su estancia en la España predemocrática, conviviendo con viejos luchadores antifranquistas, y asistiendo a la subterránea lucha por las nuevas libertades. Como es conocido, de vuelta en Argentina la concesión de los premios MARCHA y CASA de las AMÉRICAS terminó por obligarle a partir de nuevo hacia España, para volver finalmente a su país durante los finales años de la Dictadura.
Y más aún, los últimos trabajos literarios del premiado realizador argentino llevados a la pantalla, nos presentan mundos de búsqueda y fracaso, ligados a la historia argentina de los anteriores setenta años: “LA FUGA”, y “EL VIENTO”, con temas que inciden en la libertad y el destino, como en películas anteriores, bajo el trasfondo determinante de la ciudad, o el campo. Sin embargo, a pesar de los premios y de la generalizada crítica laudatoria, no han sido trabajos completamente logrados, pues en lugar de convertirse en frescos sociales cargados de emoción y realidad, como auguraban, se diluyeron en la anécdota personal de sus protagonistas tratados como arquetipos.
Siempre tuvo Mignogna un don especial para trabajar con el lenguaje de sus personajes y entornos, como en los libros de cuentos que lo hicieron conocido en el mundo literario: “Cuatro Casas”, o “La cola del cocodrilo”, por ejemplo. Tanto en LA FUGA, como en esta postrera LA SEÑAL, esa cualidad resalta en las palabras que expresan sus personajes, sin llegar a convencernos, en este caso, de que sea un lenguaje real y vivo, aunque sí posible, o al menos interesante. En la Argentina de los años 35 al 45 del siglo pasado, las películas de temática policial, o de serie negra, con personajes al borde de la ley, fueron habituales, en parte por el influjo de Hollywood, y en parte porque la crónica social y política del país producía sus propios e innumerables ejemplos. Aquellas películas, a pesar de intentar aproximarse a una realidad cierta, se quedaban en la anécdota, y los personajes se volvían seres de historieta, llenos de tics habituales, hablares plenos de esquematismos y frases hechas, que convertían las historias en algo vacío de contenido real. LA SEÑAL, tal cual hoy nos ha sido presentada como producto derivado de la creatividad y trabajo póstumo de Eduardo Mignogna, corre el riesgo de haberse perdido también en esos laberintos de irrealidad de la mano de sus finales realizadores, a los que sin embargo habría que elogiar por su valentía al afrontar este legado, así como por el cuidado tratamiento plástico y musical del film. En resumen: ¡Qué difícil es hacer arte con la vida, y encima si la idea no es tuya! Pero Eduardo Mignogna, como reza la dedicatoria del film, se merecía este homenaje.
Al tiempo que la película se estrenaba en España, la revista de EL País, Suplemento Moda, EP (S), publicaba un artículo de Marcos Ordóñez sobre las mujeres fatales del cine negro made in Hollywood, años 40/50. La portada avanzaba en titulares: “Vuelve el Misterio”, y acotaba más arriba: “Triunfa la sensualidad de las enigmáticas heroínas del cine negro”, lanzando una clara proclama de apoyo a la moda de las chicas falsamente vamp o fatales dispuestas a seducir a troche y moche. Por su parte, el autor del artículo en páginas interiores sintetizaba carácter e imagen de una verdadera vamp (cinematográfica) de aquellos tiempos: “Como en la copla, la vamp siempre es “la otra”, la que rompe hogares y utiliza su cuerpo como señuelo. Intriga, miente y manipula para conseguir independencia, dinero o poder. Y si no lo consigue arrastrará al hombre en su caída en un banquete de destrucción total. Si la vamp reina en el cine mudo y los albores del sonoro, la femme fatale es carne (nunca mejor dicho) de cine negro. Las historias detectivescas y los bajos (o altos) fondos son su óptimo campo de cultivo. El arquetipo brota y se establece en la década que va, aproximadamente, de 1940 a 1950. Las pantallas americanas se llenan de seductoras inalcanzables, mortíferas desde el primer beso, siempre fantaseadas por el hombre, pues hombres son los productores, directores y guionistas del Hollywood dorado.”
¿Que hay de todo esto en el personaje femenino, y su intérprete, en la película de Darwin y Hodara? Poca cosa, esa muchacha cautiva poco y engaña peor, y además, está muy desdibujada, como en la fotografía del cartel anunciador, detrás de los dos detectives. Y sin embargo es la causante de la trama, el leit motiv de esta historia llevada por el mal camino -quiero decir por el más trillado- del tango. Pero puestos a dejarnos seducir, nos quedamos con el estupendo jadeo de la novia del protagonista haciéndole el amor galopante, pre y post, mientras él, ausente, sueña con la femme fatale y su aparente fragilidad ante las circunstancias. Bueno, algo es algo.
Antonio di Lucca
arte_qdarte / Madrid
Sí, cual es la que nos dejó Eduardo Mignogna, o al menos le dejó a Ricardo Darín, y resto de comprometidos con el proyecto, para poder llegar a ser nuestros interlocutores finales. ¿La entendieron? Porque la película, a desgana de lo que alborotan la mayoría de las críticas argentinas, o no, leídas, es pobre, lánguida, aporta escasa sustancia al recuerdo enriquecedor, y menos a la vivencia instantánea -sí, eso de ir al cine a disfrutar, cuanto menos-, y por todo esto se convierte en antigua y poco convincente. Un espectador se queja en INTERNET de que el crítico de LA NACIÖN de Buenos Aires debe haber escrito su comentario sin ver la película. Los que no leímos el libro y mucho menos el guión original, como la mayoría de espectadores, por supuesto, no podemos comparar, ni elucubrar acerca de que lo de Mignogna era mejor, más sólido y eficaz. Si presuponemos -el mismo Darín lo dice en repetidas entrevistas- que a la historia o guión primigenio se le han escamoteado, o alterado, cosas, con todo el derecho de sus re-creadores en hacerlo, podríamos acordar en ello. Pero…
Sí, pero…; por eso me preocupa qué nos quiso decir Mignogna, muy afecto y culturalmente acostumbrado, por sus raíces italianas y sus quehaceres porteños, a hacer señales, gestos, guiños, dibujos simbólicos en el aire cargados de matices y sentidos, y guardarse la explicación literal y verdadera para algún otro momento. Explica algún comentarista argentino que Mignogna acentuó bastante el escenario social y político en la historia literaria de esta película. Si es así, desde luego que en la película de Darin y aláteres el tema no puede estar más ausente. Pero lo curioso es que, en otras películas del creador de esta historia, pasaba lo mismo. El contexto social y político general aparece siempre anecdótico y lateralizado, como si fuera obligatorio, pero no sentido ni necesario a la trama principal.
Puestos a elucubrar, yo vislumbro la voluntad del autor en legarnos, mistéricamente, una cierta parábola de su propia vida -y quizás entrevisto final- curiosamente desde claves político-sociales y culturales fundamentales para él. Véase por ejemplo sus comienzos en el largo metraje con “Evita: ¡Quién quiera oír, que oiga!”, de 1983, donde se narra en forma de docudrama -género al que fue muy afecto e hizo extensible a su fecunda y muy elogiosa labor en mini-series televisivas-, la historia de los comienzos de Eva Perón como fenómeno social, político y popular. La llegada a Buenos Aires y el comienzo de la aventura vital de la que llegó a ser Primera Dama del país, al mismo tiempo que líder carismático de las clases populares. Y Eduardo Mignogna cierra su carrera con esta última narración-guión-película que no pudo llegar a dirigir, “LA SEÑAL”, historia crepuscular de dos detectives privados en pleno comienzo del final del régimen peronista, sintetizado en la agonía y muerte de Eva Perón.
Hay que recordar que el cineasta fue, como muchos de sus amigos y contemporáneos, criado y educado en parte durante los dos mandatos iniciales del régimen peronista, y vivió y padeció su aparente debacle bajo las armas en los 70, así como su ilusorio renacer en tanto movimiento empolvado y maquillado durante los 90. Por los ideales iniciales del Peronismo, confusa y dolorosamente rescatados en la omnimosa década argentina por la juventud politizada, se derramó gran parte de su esperanza y futuro. El propio Mignogna había casi completado su politización a mediados de los 60, durante su estancia en la España predemocrática, conviviendo con viejos luchadores antifranquistas, y asistiendo a la subterránea lucha por las nuevas libertades. Como es conocido, de vuelta en Argentina la concesión de los premios MARCHA y CASA de las AMÉRICAS terminó por obligarle a partir de nuevo hacia España, para volver finalmente a su país durante los finales años de la Dictadura.
Y más aún, los últimos trabajos literarios del premiado realizador argentino llevados a la pantalla, nos presentan mundos de búsqueda y fracaso, ligados a la historia argentina de los anteriores setenta años: “LA FUGA”, y “EL VIENTO”, con temas que inciden en la libertad y el destino, como en películas anteriores, bajo el trasfondo determinante de la ciudad, o el campo. Sin embargo, a pesar de los premios y de la generalizada crítica laudatoria, no han sido trabajos completamente logrados, pues en lugar de convertirse en frescos sociales cargados de emoción y realidad, como auguraban, se diluyeron en la anécdota personal de sus protagonistas tratados como arquetipos.
Siempre tuvo Mignogna un don especial para trabajar con el lenguaje de sus personajes y entornos, como en los libros de cuentos que lo hicieron conocido en el mundo literario: “Cuatro Casas”, o “La cola del cocodrilo”, por ejemplo. Tanto en LA FUGA, como en esta postrera LA SEÑAL, esa cualidad resalta en las palabras que expresan sus personajes, sin llegar a convencernos, en este caso, de que sea un lenguaje real y vivo, aunque sí posible, o al menos interesante. En la Argentina de los años 35 al 45 del siglo pasado, las películas de temática policial, o de serie negra, con personajes al borde de la ley, fueron habituales, en parte por el influjo de Hollywood, y en parte porque la crónica social y política del país producía sus propios e innumerables ejemplos. Aquellas películas, a pesar de intentar aproximarse a una realidad cierta, se quedaban en la anécdota, y los personajes se volvían seres de historieta, llenos de tics habituales, hablares plenos de esquematismos y frases hechas, que convertían las historias en algo vacío de contenido real. LA SEÑAL, tal cual hoy nos ha sido presentada como producto derivado de la creatividad y trabajo póstumo de Eduardo Mignogna, corre el riesgo de haberse perdido también en esos laberintos de irrealidad de la mano de sus finales realizadores, a los que sin embargo habría que elogiar por su valentía al afrontar este legado, así como por el cuidado tratamiento plástico y musical del film. En resumen: ¡Qué difícil es hacer arte con la vida, y encima si la idea no es tuya! Pero Eduardo Mignogna, como reza la dedicatoria del film, se merecía este homenaje.
Al tiempo que la película se estrenaba en España, la revista de EL País, Suplemento Moda, EP (S), publicaba un artículo de Marcos Ordóñez sobre las mujeres fatales del cine negro made in Hollywood, años 40/50. La portada avanzaba en titulares: “Vuelve el Misterio”, y acotaba más arriba: “Triunfa la sensualidad de las enigmáticas heroínas del cine negro”, lanzando una clara proclama de apoyo a la moda de las chicas falsamente vamp o fatales dispuestas a seducir a troche y moche. Por su parte, el autor del artículo en páginas interiores sintetizaba carácter e imagen de una verdadera vamp (cinematográfica) de aquellos tiempos: “Como en la copla, la vamp siempre es “la otra”, la que rompe hogares y utiliza su cuerpo como señuelo. Intriga, miente y manipula para conseguir independencia, dinero o poder. Y si no lo consigue arrastrará al hombre en su caída en un banquete de destrucción total. Si la vamp reina en el cine mudo y los albores del sonoro, la femme fatale es carne (nunca mejor dicho) de cine negro. Las historias detectivescas y los bajos (o altos) fondos son su óptimo campo de cultivo. El arquetipo brota y se establece en la década que va, aproximadamente, de 1940 a 1950. Las pantallas americanas se llenan de seductoras inalcanzables, mortíferas desde el primer beso, siempre fantaseadas por el hombre, pues hombres son los productores, directores y guionistas del Hollywood dorado.”
¿Que hay de todo esto en el personaje femenino, y su intérprete, en la película de Darwin y Hodara? Poca cosa, esa muchacha cautiva poco y engaña peor, y además, está muy desdibujada, como en la fotografía del cartel anunciador, detrás de los dos detectives. Y sin embargo es la causante de la trama, el leit motiv de esta historia llevada por el mal camino -quiero decir por el más trillado- del tango. Pero puestos a dejarnos seducir, nos quedamos con el estupendo jadeo de la novia del protagonista haciéndole el amor galopante, pre y post, mientras él, ausente, sueña con la femme fatale y su aparente fragilidad ante las circunstancias. Bueno, algo es algo.
Antonio di Lucca
arte_qdarte / Madrid
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