(Cuento de película)
El hombre, delgado, nervioso, aguarda junto a otras personas en una de las filas de acceso a un Multicine. El grupo va entrando en la sala de exhibición, posiblemente una de las más pequeñas del edificio, apenas ocho filas de fondo por nueve asientos en cada una. Eso casi obliga a que en el muro del frente, bajo la reducida pantalla, sobre el tapizado de paño oscuro de las paredes, una multitud de pequeños carteles resuman instrucciones, servicios y dotaciones de seguridad reglamentarias. Debido a su tamaño con relación a la escala del espacio que los acoge, una lectura conjunta o secuencial de todos ellos es casi inmediata, y se convierte así en un discurso acotado o unas instrucciones de funcionamiento continuo de algo confuso, que transita entre la realidad y la imaginación. Tan reducido tamaño también obliga a que los espectadores de ocasión puedan enterarse de casi todo lo que sucede en la sala, además de lo que vaya a transcurrir en la pantalla, casi como si estuvieran en el salón de su propia casa, o en el concurrido bar con tele gigante del pueblo o del barrio.
El hombre, delgado, nervioso, aguarda junto a otras personas en una de las filas de acceso a un Multicine. El grupo va entrando en la sala de exhibición, posiblemente una de las más pequeñas del edificio, apenas ocho filas de fondo por nueve asientos en cada una. Eso casi obliga a que en el muro del frente, bajo la reducida pantalla, sobre el tapizado de paño oscuro de las paredes, una multitud de pequeños carteles resuman instrucciones, servicios y dotaciones de seguridad reglamentarias. Debido a su tamaño con relación a la escala del espacio que los acoge, una lectura conjunta o secuencial de todos ellos es casi inmediata, y se convierte así en un discurso acotado o unas instrucciones de funcionamiento continuo de algo confuso, que transita entre la realidad y la imaginación. Tan reducido tamaño también obliga a que los espectadores de ocasión puedan enterarse de casi todo lo que sucede en la sala, además de lo que vaya a transcurrir en la pantalla, casi como si estuvieran en el salón de su propia casa, o en el concurrido bar con tele gigante del pueblo o del barrio.
Así, el aviso de "Aseo" se gráfica con una pareja, (El-Ella, Mujer-Hombre), con esa simbología que cada vez integra e indefine más a los sexos, y que aparece aquí grabada sobre placa de metacrilato iluminada por detrás. Pero también lo preavisa poco más allá con imágenes reflectantes similares, o ligeramente distintas, sobre llamativo fondo rojo. En el otro extremo, otro signo similar representa a un hombre que corre hacia una puerta abierta seguido por una flecha y un rótulo -"Salida de Emergencia"- También existe la puerta que dice "Salida de Emergencia", pero que al mismo tiempo indica que por ahí se va a los "Aseos". Otras dos flechas encontradas, situadas a izquierda y derecha, anuncian sendos matafuegos, y los hay realmente y están allí, pero exactamente en los sitios hacia los que apuntan las flechas indicadoras. Las flechas que indican, junto a la situación real de las cosas que anuncian las flechas, se contraponen entre sí, de forma que si se va hacia los aseos una de ellas obliga a recordar que los matafuegos quedan hacia el otro lado. La repetición o duplicación de cada signo-informe junto a la existencia real de lo que informan, triplica o cuadruplica la información, signo de la realidad y realidad misma.
Nuestro hombre, nervioso, compulsivo, curioso o sugestionable, observa todo desde su asiento. Cree, imagina, que todo este discurso simbólico e instructivo pero contradictorio y variable, resulta un poco amenazador, predictor de catástrofes posibles, conjunción de carreras y ganas de ir al baño con necesidad de escapar y recursos para poder hacerlo, casi como el que te obligan a atender cuando el avión comienza a carretear y ya estás pensando en que se puede caer en cualquier momento.
En todo esto reflexiona el hombre, nuestro protagonista, mientras aguarda que comience la exhibición de la película anunciada. Su reflexión son imágenes. Todo ello le produce cierta confusión, y como los indicadores situados debajo de la pantalla, en su mismo plano, están hechos con pintura fosforescente o iluminados por detrás, en el gran espacio blanco de visión luminiscente donde ahora comienzan a transmitirse anuncios publicitarios, parece que se colaran también los signos-orden, así que el hombre termina por asimilarlos como si fueran parte de ellos. Está por comenzar la proyección de la película, y ese es otro signo que le informa al hombre de que hay algo que existió o que pudo haber sucedido más allá de las paredes de la sala, que no es real ahora, o quizás que no lo fue nunca, pero que se va a recibir y percibir acá, dentro de un momento, ahora.
Acaba de sentarse a su lado una atractiva y joven mujer. Al pasar por delante, obligada por el estrecho pasillo, la muchacha lo roza con las piernas, el pecho vuela rasante sobre la cabeza del otro, el sexo de ella casi le habla a la boca de él, que está a su altura. Poco antes de que comience la proyección de la película, mientras los mensajes publicitarios se mezclan con los signos, algunos espectadores recién llegados siguen incorporándose a sus asientos, otros vuelven a levantarse y se dirigen a los aseos, sobre todo las chicas -como ya se sabe-, entrando y saliendo con bastante asiduidad, cantidad y alboroto por la dichosa puerta que, debajo de la pantalla, conduce tanto a los servicios como hacia la salida de emergencia, y siempre le queda la duda a nuestro protagonista de si la gente va realmente al aseo o directamente a su casa, escapando de todo aquello.
Al hombre le parece como si todo lo que está en ese mismo plano de la pantalla fuera un escenario de continuidad con ella, y por asimilación con la imagen escénica que sugiere el teatro, dicho movimiento parece estar anticipando parte de la trama que el hombre verá, y todo ello le provoca cierta preocupación: ¿Pasará algo realmente? Es lo que termina preguntándose, dispuesto como viene a ver que pase algo y no sólo este trasiego casero de idas y vueltas, signos y destellos insistentes de porcelanas, cremas corporales y automóviles. Y las dichosas flechas, símbolos y hombres corriendo, o las parejitas quietas pinchadas en la pared añaden más inquietud -incluso a pesar de su quietud- a todo ese vaivén de personas y productos recomendables, y a la escena en general. Los signos parecen estar guiando el ir y venir de la gente, dentro y fuera de la pantalla, y el hombre cree que a veces las personas hacen más caso de los signos que de sus semejantes de carne y hueso.
Por eso es que intenta decirle eso mismo a su vecina de butaca, justo cuando esta le pide permiso y parece dirigirse hacia la pared de los signos repitiendo el ritual anterior de los roces y proximidades carnales. El hombre entonces se decide a seguirla, casi impulsado como por un resorte, acuciado por un deseo tan real como determinado por la pura imaginación. La muchacha va directamente hacia la puerta del frente de la sala, pero antes, ambos han tenido tiempo suficiente como para hacer la lectura necesaria, práctica, cercana, conminatoria y de obligada comprobación final de los signos que sobre aquella pululan. La vista de alguien se pasea por ellos y su proximidad parece otorgarles dinamismo, autonomía. Flechas, signos e indicaciones escritas se suceden. Una flecha y el rótulo aseos, seguida de una figura femenina simbólica y rígida, y otra real y móvil, culminan en primer plano la información. La muchacha cruza la puerta del frente de la sala, luego abre la del aseo y entra. El hombre se ha retrasado, quizá sugestionado en demasía con esa lectura a corta distancia. Pierde el rastro de la chica, por eso abre ahora como en una secuencia cada una de las distintas puertas que están más allá de la primera, la que da directamente a la sala. Detrás de cada una de esas puertas, rotundamente señaladas con su correspondiente signo, se desvelan al hombre una sucesión de imágenes oníricas, mezcla de ideas y recuerdos, anuncios, sucesos y símbolos gráficos relacionados con aquél primero, el que los contiene. La muchacha aparece entre esas visiones desdibujada, irreal pero sugerente, como la que suele aparecer en el anuncio de los bífidus activos antes de tomarlos. El hombre cierra la última puerta abierta a la imaginación justo en el momento en que la muchacha real sale por la otra, la del aseo. Ambos vuelven a sus asientos juntos, como si fueran la pareja del indicativo genérico y mixto de Aseos, aureolados por una lineal fosforescencia. Y el hombre consigue decirle ahora:
Hombre: - Hacemos más caso de los signos, de la propaganda, que de las personas. Y es que viendo todo esto uno se imagina cosas, y ya estas con el nudo en el estómago antes de que comience la dichosa película. La película, el film, que se pone en movimiento. Por eso, cuando la historia va por su primer tercio, el hombre sigue teniendo presente esa primera escena, y además no puede dejar de ver los dichosos signos incorporados a la acción, y termina por creerse que toda la historia gira en torno a ellos, y que todos los actores están obligados a seguir sus indicaciones más que las del director. Por lo que la película termina por convertirse en algo de ir al baño, escapar por la puerta de emergencia por que hay fuego, y tratar de descolgar el dichoso extintor polivalente que se ha atascado, mientras que por la puerta de los aseos entran y salen hombres y mujeres signo, rígidos, transparentes, luminosos. Pero los de la pantalla parece que no se enteran, o que no miran los indicadores.
El hombre exhala un suspiro de alivio cuando la película termina, y todo vuelve a la normalidad. Los espectadores se levantan y pueden ir al baño o salir por la puerta de emergencia que ahora es simplemente de salida sin preocuparse por más. El hombre se vuelve hacia la chica sentada a su lado, descubre que ella también lo mira, y además tiene su mano cogiéndole todo su sexo, apretándolo. Se sonríen, se levantan y van lentamente hacia la famosa puerta, por donde desaparecen, mientras los símbolos sobre la pared van cobrando fuerza, cercanía, brillo y luz, y voces cada vez más atronadoras dan órdenes o nos recomiendan productos maravillosos. Sobre todo para hacer el amor sin riesgos.
Norberto Spagnuolo
2002
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