Norberto Spagnuolo di Nunzio. - Madrid. - 05/02/1997
Hace poco, alguna de las emisoras televisivas que conectamos repuso una película menor que nos aporta ahora una metáfora singularmente ejemplar sobre estos momentos de urbanidad catastrófica a que asistimos: los habitantes contemporáneos de una península muy marinera de la costa noreste norteamericana reciben la misteriosa invasión de una niebla repugnante, que resulta ser el magma ectoplásmico de una desaparecida tripulación, naufragada 200 años atrás y abandonada, sin auxilio a su suerte, a cambio de embolsarse el tesoro que portaban. Esta papilla de fantasmas cabreados acude a vengarse, asfixiando entre su densa corporeidad a los descendientes de aquellos perversos vecinos. Me temo que con lo de la reciente nube-niebla -no tóxica, pero asfixiante- de derivados del cloro amoniacal ha sucedido lo mismo en forma de renovada advertencia a los responsables urbanos de esta ciudad y alrededores. ¿Qué pinta una transmutadora de tales elementos químicos en medio de la urbanidad gigantesca de esta aglomeración, y justamente al lado de una modesta colonia de vecinos?El caos de esta reciente catástrofe, feliz, casual o milagrosamente no consumada en lo peor, no les entrará en el caletre previsor a nuestros munícipes, porque suponen que la ciudad debe pagar estos altos riesgos merced a su alta rentabilidad final. Es decir, al tesoro que sólo atesoran unos pocos.Insisten, con la reciente aprobación de un plan general que consolida la aparatología del crash definitivo y tienden a convertirnos, solamente, en una niebla pugnante de consumidores.-
Hace poco, alguna de las emisoras televisivas que conectamos repuso una película menor que nos aporta ahora una metáfora singularmente ejemplar sobre estos momentos de urbanidad catastrófica a que asistimos: los habitantes contemporáneos de una península muy marinera de la costa noreste norteamericana reciben la misteriosa invasión de una niebla repugnante, que resulta ser el magma ectoplásmico de una desaparecida tripulación, naufragada 200 años atrás y abandonada, sin auxilio a su suerte, a cambio de embolsarse el tesoro que portaban. Esta papilla de fantasmas cabreados acude a vengarse, asfixiando entre su densa corporeidad a los descendientes de aquellos perversos vecinos. Me temo que con lo de la reciente nube-niebla -no tóxica, pero asfixiante- de derivados del cloro amoniacal ha sucedido lo mismo en forma de renovada advertencia a los responsables urbanos de esta ciudad y alrededores. ¿Qué pinta una transmutadora de tales elementos químicos en medio de la urbanidad gigantesca de esta aglomeración, y justamente al lado de una modesta colonia de vecinos?El caos de esta reciente catástrofe, feliz, casual o milagrosamente no consumada en lo peor, no les entrará en el caletre previsor a nuestros munícipes, porque suponen que la ciudad debe pagar estos altos riesgos merced a su alta rentabilidad final. Es decir, al tesoro que sólo atesoran unos pocos.Insisten, con la reciente aprobación de un plan general que consolida la aparatología del crash definitivo y tienden a convertirnos, solamente, en una niebla pugnante de consumidores.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario