lunes, 23 de febrero de 2009

JOSEF SVOBODA, JOSEF SVOBODA, JOSEF SVOBODA

De aprendiz de Gepeto a mago de la escenografía espacio-lumínica.

Repito el nombre para que se nos quede grabado, al menos a todos los que durante tanto tiempo no hemos podido gozar de sus geniales y sensibles propuestas para dar imagen y espacio a los hechos y sonidos de las grandes óperas, y obras de teatro, que en el mundo han sido puestas en escena desde los años 50. Nosotros, pequeños burgueses limitados por la economía, ajenos por lo tanto a ese mundo de las óperas y grandes montajes tradicionalmente refugiados en los teatros para los hombres y mujeres ilustres, patriotas, ricos y socialmente representativos del Siglo XX, no las hemos podido ver, y por lo tanto conocer, disfrutar, o aprender de ellas.
Por eso, gracias a esta exposición, elogiable por sus contenidos, el disponible espacio “grutesco” para mostrarlos, o la relación simbiótica y simbólica con la aledaña Sala Fernando Fernán Gómez -conjunto cultural del Ayuntamiento de Madrid, o sea del pueblo madrileño- aunque no por la calidad sensible y moderna de la arquitectura funeraria y propagandística típica del engolado “ancien régime”, podemos hoy disfrutar de la obra de tal formidable creador de espacios evocadores, iniciado como aprendiz de “Gepeto” para terminar como mago de la tecnología y la revelación escénicas.
Sí, gigantesca demostración de modernidad e inventiva, de poderosas raíces en la doble vertiente de la praxis cultural, la artesana o práctica, y la intelectual, como bien expresan los textos de referencia. Svoboda nace hacia finales de la Primera Gran Guerra en una pequeña ciudad de la Europa del este (Bohemia Central). Sus primeros pasos lo sitúan en el taller de carpintería de su padre, aprendiendo el oficio manual y conceptual de la construcción de muebles y sobre todo maquetas, sus técnicas esenciales, la visualización del bastimento del espacio. Conocimientos artesanos entroncados luego con la formación en escuelas técnicas donde aprende los rudimentos teóricos y de planificación, con sus adecuadas herramientas.
Los poderosos argumentos creativos que maneja Svoboda en sus propuestas escenográficas se apoyan en un profundo conocimiento sensible y teórico de la construcción del espacio, el uso de los materiales y colores, y la luminotecnia como herramienta de formación y transformación del espacio Pero sobretodo el uso de una fecunda imaginación, el dominio de las herramientas de representación previa: bocetos, dibujos, planos descriptivos, y maquetas. Y sobre todo, la humildad necesaria para trabajar codo a codo con los demás creadores de un montaje: los autores musicales, los intérpretes, los directores de escena, y sus técnicos y tramoyistas.
Algunas de las propuestas son realmente impactantes por su inventiva y excelente resolución técnica, como por ejemplo un montaje sobre La Traviata (¿o La Boheme?), del que se puede observar una enorme foto a la entrada y luego una maqueta a tamaño natural en el interior, donde el enorme escenario se desdobla espacialmente gracias a la colocación trasera, inclinada a 15-20 % de una serie de láminas espejadas que reproducen desde arriba lo que existe en el suelo del escenario, y lo que sucede arriba del mismo, donde los personajes se mueven constantemente (¿escena del Brindis?). O aquellas donde se juega con transparencias lumínicas creadas con cortinas de focos de haz cilíndrico, y permiten visionar espacios mágicos donde los personajes, casi fantasmales, aparecen y desaparecen. O los escenarios construidos con plataformas y volúmenes deslizantes, a manera de rompecabezas móvil, que permiten cambiar sus perspectivas y estructura espacial. No por nada fue el creador y director de La Linterna Mágica de Praga.
Pena da que todas estas maravillas se deban contemplar en un edificio cuya imagen de acceso navega -nunca mejor dicho- entre los fastos agrisados y marmóreos cual mausoleo de la Conquista de América, sobre un frente que, dando a la aparatosa Plaza de Colón, permanece en la más lóbrega y abandonada de las situaciones, con una otrora horrísona cascada de agua convertida ahora en su espectro de láminas aislantes de plástico, cobijando todo ello, entre húmedas suciedades, la abandonada ciudadela de los perdedores que la usan como refugio. Casi me atrevería a decir que este escenario casual, enorme y frío, residual por abandonado y falto de resolución, quizás podría haber sido imaginado por el mismísimo Josef Svoboda para la representación de “Los Miserables”. Sí, quizás.



A.evangelistA.

Colectivo arte_qdarte
www.arteqdarte.blogspot.com

Febrero de 2009

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