viernes, 2 de octubre de 2009

ANTONIO NAJARRO & COMPAÑÍA DE DANZA

JAZZING-FLAMENCO-TANGUEADO. (¿O Tanguizado?) (*)


El Programa de mano no explica nada de lo que vamos a ver. Nada más allá del título, la imagen del jefe, su currículo y el de su compañía. Sorpresa-sorpresa. Y entonces, cuando se abre el telón, lo primero que nos arrebata y emociona es una catarata de música compuesta por Fernando Egozcue, que antes de entrar –y después de salir- en el hall del Teatro de Madrid (La Vaguada, Barrio del Pilar), nos intentan vender en un CD que tiene al genial Ara Malikian como estrella invitada a las cuerdas de su prodigioso violín, y al propio Egozcue como guitarrero, compositor y director del grupo intérprete.
Así empezamos a colegir algo sobre este futuro sorpreson. El violín como protagonista de una música que, difícilmente, uno se imagina, escucha, siente, que pueda ser jazz-jazz.Una música excepcional, que aunque en el teatro no sea Malikian el que ponga manos al fundamental violín omnipresente, el tocador que lo toca, nos toca (el alma), porque hay rotación, como en el gran fútbol, y lo hace de maravilla y con pasión. Pero esto no es, repito, jazz-jazz, aunque su ritmo se quede a menudo detrás del sonido que nos arrastra, emotivo, rítmico, dominante, melancólico y pasional. Sí señores, para el que lo sepa ver y oír. ¡Esto es tango, de lo mejor y más actual!

Tango alumbrado en su momento por el gran Astor Piazzola, y hoy día asombrando al mundo con el trabajo de grupos como Gotan, o Bajo Fondo Tango Club. Porque si no, ¿Qué hace ese pedazo de violín con sus solos de una melancolía lírica extrema, contrapunteado o acoplado a los sonidos del bajo, instrumento clásicamente jazzístico y tanguero, y a la expresiva guitarra del propio Egozcue, o el piano. Arreglos que ya el maestro argentino colocó en la llamada “Música de Buenos Aires” en los lejanos 40/50 del siglo pasado. Y ahora en la guitarra del director, autor e intérprete, que nos recuerda a la de Horacio Malviccino, gran tocador de jazz, incorporado entonces al primer conjunto básico de Piazzola.
En fin, tango por los cuatro costados, donde el jazz, salvo excepciones en algunas piezas, está entrelazado en el ritmo y sentimiento tanguero. Y cuando esas piezas se extienden más hacia el fraseo jazzístico, se nota en el baile de Najarro y acompañantes, que se acercan a las grandes obras de la liturgia danzante americanaNajarro ha sido milagrosamente inspirado por esta música, ha sabido cogerle el aire sentimental, acoplarse a ella y crear una coreografía que le hace honor, sobria, impactante, íntima y emotiva, tanto en las piezas colectivas como en las individuales, donde muestra el buen nivel técnico y compenetración de todos sus bailarines.
¿Y dónde está el flamenquito que anuncia el título del espectáculo? Está, está. Esta en esa conjunción/fusión que Najarro domina tan bien, como ya demostró en anteriores obras. En el repiqueteo de tacones y castañuelas que pueblan el aire del teatro con una musicalidad y fuerza que siguen al espíritu y ritmo de la música. Está en ese bracear por el espacio, tan bien sintetizado, geometrizado, como corresponde a esa música. Bracear que se convierte en “leit motiv” principal en piezas bailadas como solos: “Ser” y “Buddy Bolden”, interpretados por Estibaliz Barroso y el propio Najarro. Y está en la flotante idea de un cierto machismo entre antiguo y modernamente culpable que introduce el director y coreógrafo.
Aire, sensaciones, a veces muy bien acompañadas por uno de los efectos más complejos de esta presentación danzante, el vestuario. Najarro suele utilizar de forma hábil, y con conocimiento, este importante complemento argumental, siempre atraído por esa necesidad de fusión que le domina, de apuntar sin subrayar, de marcar pero no definir, dentro de unos figurines y colores muy próximos a la neutralidad, aún con toques de una expresividad confusa. Así, si en la primera de las piezas presentadas (Improv), parecía que asistíamos a un baile cortés en la Baja California de la época de El Zorro (buena fusión hispano-norteamericana), en otras nos acercábamos a los salones colonial-nacionalistas de la Argentina de la época de Rosas, el caudillo unitario. Y en otros aún, a cierto aire urbano de calles neoyorquinas impregnadas de música de Gershwin. Sin faltar en varios la atmósfera típica de cabaret, de salón de jazz, tango, o de esquina porteña. Y todo ello sin llamar la atención en exceso.
Hay que elogiar además, el correcto uso del espacio escénico, la iluminación, los breves efectos sobre dicho espacio, la complementariedad con la presencia del grupo de cinco músicos, alineados en contraluz sobre el fondo de escenario, como en una foto recordatoria de alguna de las imágenes fetiche de las grandes bandas americanas de jazz. Hemos sentido, ensoñado, disfrutado y aplaudido a rabiar, como hace tiempo que no lo hacíamos. Es un espectáculo que merece -y debería- estar en salas del centro madrileño, como La Zarzuela o El Albeniz, pero nosotros, los periféricos, agradecemos que lo hayan remitido a los suburbios. Y tanto. Me voy a escuchar la versión de Ara Malikian.
¡Ah!, por cierto. Fíjense bien en la foto de portada del folleto, donde aparece el coreógrafo, bailarín e ideológo de todo esto -sobre la música de Fernando Egozcue-, con un gesto donde parece haber acabado de trazar, aledaña, su imagen de marca: el rastro de una pirueta danzante. (¿Lo habra hecho con la punta de su botín flamenco?)

(*) Yanguizar. Técnica que utliza la Macrobiótica ZEN cuando a un producto natural demasiado escorado en sus atributos conviene equilibrarlo. Para ello se lo somete a lenta cocción con gotas de aceite o agua, hasta que se transforma.
Norberto Spagnuolo di Nunzio
Octubre 2 de 2009
http://www.arteqdarte.blogspot.com/