lunes, 14 de diciembre de 2015

DOBLE RECUERDO FOTOGRAFICO DE MI PRIMER REGRESO



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1969. A principios de diciembre fui llamado con urgencia por mi familia. Papá había muerto. Peor aún, se había suicidado con un viejo revolver familiar Smith & Wetson del 22. ¿Y yo que había estado haciendo en Madrid? Cinco años atrás descendiendo del "Monte Umbe" en Santander, becado por un instituto de Buenos Aires para  prácticas de arquitectura. Luego de ejercerla durante dos años, tanto en Madrid como en Roma, decidí casarme y permanecer en España. Las noticias de Argentina, en cuanto a convulsiones políticas y capacidad de empleo, eran desalentadoras. Decidí con Beatriz volar sólo a Buenos Aires y permanecer unos días para acompañar a mi familia. Imposible llegar a tiempo para el funeral y entierro. La historia, además de trágica, pesaba lo suficiente, me hacía culpable por no haber estado esos años al lado de mi padre, sometido a una enfermedad depresiva, necesitado de atenciones que profesó el resto de la familia, particularmente madre, y hermana casi recién casada. Por entonces habitábamos en un espacioso chalet de la provincia, en una localidad – Hurlingham- fundada por los entronizadores ingleses de los ferrocarriles argentinos en el siglo XIX. El vuelo me concedió la amable compañía de Matilde, esposa de Ernesto Sábato. Así pude relajar la tensión sobrevenida por los acontecimientos, y mi latente estado de culpa. Siempre creí que una de las razones para que mi padre decidiera su fin, aparte de su enfermedad, fue mi ausencia, la decisión de casarme y residir en Madrid. El largo tiempo del trayecto, más de doce horas, me permitió rememorar la vida pasada en compañía de mi familia, así como sus circunstancias. (Teoría y praxis se dividían por partes no iguales entre mis progenitores. En aquellas épocas de la Argentina peronista de posguerra europea, la primera descansaba en la sabiduría paterna. Mi padre no sólo leía libros avanzados para aquellos tiempos sobre el naturismo, el deporte no competitivo, la felicidad rupestre del Tarzán doméstico, y la desustanciación del hombre mediocre sumergido entre las masas descamisadas y proletarias, versión nacionalista de José Ingenieros -discípulo de Ortega y Gasset-,  sino que también trataba de poner en práctica tales argumentos en su limitada familia, la que conformaba la corte de su reinado paternalista. Hecho a imagen y semejanza, en cuanto a proporción de cromosomas X e Y, yo parecía especialmente predestinado a ser el nicho reconductor, el atanor alquímico de su empecinada carrera hacia la evolución post migratoria. Mi madre aceptaba complaciente, admirada y hasta resignada, tan sabia conducta, e incluso asumía aquellas postulaciones naturistas con fe, ejercicios, y celebraciones dignas de la más afamada sacerdotisa del Asia Menor pre-romana. Y así, adoctrinada por mi progenitor y seducida por su propio convencimiento y entrega, mi madre se había dejado arrastrar por los ritos desatrancadores  de” la Purga” y” la Lavativa” hasta extremos insondables. Nunca mejor dicho.) Al llegar a Buenos Aires pude sentir el calor y cariño de toda mi familia, extendida, como buena agrupación de emigrantes italianos, por toda clase de lazos,  parentescos y elucubraciones de grado; alegres, sobre todo mi madre, por ese regreso aunque forzado y entristecedor. Esos días no permitieron que estuviera solo, así que cada grupo de la gran mezcolanza abruzzesa y asociados, pugnaba por invitarme y compartir algunas de las horas de mi estancia. Comidas, cenas, paseos, pequeños viajes, regalos, todo era un cálido intercambio para la superación de esos momentos. Hablar del futuro, conocer la actualidad de las respectivas vidas, y sobre todo acompañar a mi madre y hermana, que habían sufrido en directo el terrible golpe, aisladas en ese gran chalet que había sido, hasta entonces, el hogar común. También aprovechaba para visitar a mi primo Eduardo Mignogna. (El fue el acompañante de ese periplo europeo desde el principio, para volverse, también de urgencia y casualmente, ante la muerte de su propio padre anunciada por larga enfermedad.Mi primo se fue convirtiendo con esfuerzo en un reconocido escritor, ganador de varios premios internacionales en concursos de cuentos, redactor de guiones para spot publicitarios, que pronto tornaría en un alabado literato y cineasta, con varias películas premiadas internacionalmente. "Evita" fue  la primera.) Personalmente, gran parte del tiempo lo pasaba en la casa de las afueras de Buenos Aires, acompañando a mi familia directa y mi cuñado. Y como mucho paseando por los alrededores, recordando los tiempos de la adolescencia y juventud, la dificultad de los viajes al trabajo, la universidad nocturna en la ciudad, la atención de novias y enamoramientos, los largos tiempos perdidos en esos trayectos, incluso las ganas de volver al deporte que había practicado durante casi toda mi vida en Argentina, junto a mi primo, el del viaje. Tiempos que ahora, en la pequeña Madrid de los ’60, se reducían maravillosamente. Poco antes de que tuviera que volver a España, se decidió organizar un gran encuentro familiar en la casa lejana, encuentro que aún puedo rever en esa imagen fotográfica que aparece al principio. Al día siguiente fue la despedida final en el mismo aeropuerto con todos ellos, que me habían estado acompañando en esos días tristes y alegres al mismo tiempo, que me habían agasajado, y cuidado. Ahí estamos todos en esa foto, en el aeropuerto porteño. Es curioso, a quién más recuerdo de todos esos encuentros es a un tío carnal, hermano de madre, Costantino, apodado el Santo porque mostraba capacidades vivenciales milagrosas con su manía de hacer lo extraño, desaparecer y reaparecer, encender bombillas, hacer arreglos eléctricos fantásticos. Era, junto a su cariñosa mujer, Teresita, un habitual apostador en las carreras de caballos, o a la lotería, y a mil formas más, laborales o alternativas, de completar sueldos o tentar la suerte económica. El avión inclinado me permitió volver a ver a todos ellos con los brazos levantados, agitando las manos. Transcurrió el viaje, llegué a Madrid, y volví a estar con Beatriz en esa última fotografía. Siguió pasando el tiempo… Pero alguien, con afán escudriñador, me ha pedido este relato.

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