Elvira / Elisa traza un
recorrido atemporal sobre un territorio desmadejado de su vida, en el borde desarticulado
de la gran ciudad donde vive y comparte momentos y situaciones con necesarios
personajes similares. Los mapas para guiarse en ese espacio doblemente lánguido
no sirven. Los medicamentos ni los medicándoos tampoco. Sólo el transcurrir del
tiempo deja posible la esperanza. Pero el tiempo no pasa, por pura repetición.
Los mapas aleatorios de
Susana son ese reflejo, una metáfora. Elisa y Susana son aparentemente
diferentes, pero en el fondo se comparten, como Dr. Jeckill y Mr. Hide. Por eso
se quieren, por eso se enfrentan o se rechazan, y también se imitan. Ambas,
como todos nosotros en iguales tiempos, buscan, esperan y padecen el desafecto
laboral y otras circunstancias.
Recuerdo al personaje narrador
de “La ciudad feliz”, anterior libro
de la escritora, muchacha post adolescente que transita de su barrio a otro
buscando transgredir las fronteras, encontrando a un ser asocial para
comprenderlo y apoyarlo. Y “La Trabajadora” parece seguir deambulando por ese
camino, por ese descubrimiento de espacios urbanos y personajes apartados,
periféricos, de vidas complejas y destartaladas.
No me creo demasiado la forma
de hablar de Susana cuando la historia comienza con su relato testimoniado por
Elisa/Elvira. No caza con su descripción cultural que vamos poco a poco
conociendo. Tampoco caza con su tamaño, sus ansias devoradoras, ni sus
necesidades eróticas. Suena más a otra escritora hablando de lo suyo, como si
fuera el alter ego de la narradora, quizás ese Dr. Jeckill. Las dos hablan muy
parecido, con la diferencia en Susana de sus prisas ansiosas y locuras
ordenadas. Elisa/Elvira lo confiesa en página 95: “Me obsesioné por dejar clara la manera en que estaba construido. Tuve miedo de la cercanía de mi voz, que había
puesto entre paréntesis, con la del personaje de Susana al releerlo, especulé
que no era fruto de una incapacidad, sino de una evidencia”
Tampoco suena a enano
guerrero el que responde al aviso. ¿Qué sucede, son acaso todos ellos educados
en la UNI, de buena o media familia? Por eso pienso que la Elisa es la más
natural de todos ellos, verdadera como personaje, verdadera como narradora. Nos
enteramos al final del libro, cuando se va confesando en finales con el psico
que la atiende.
La narradora/escritora nos
despista con algunos errores geográficos, calles que no existen –al menos en
mis guías madrileñas-. O, por ejemplo, desde la supuesta buhardilla que ocupaba
Susana cuando buscaba el amor oscuro, antes de alquilarse en lo de Elisa, no se
ven los paisajes que se describen. En casi similar lugar y buhardilla residió,
pocos años, una amiga exilada argentina. Ni ella, ni mi mujer, ni yo, éramos
capaces de ver nada más allá de los techos vecinos.
Las dos buscan algo que
suceda, aunque sucedan pequeñeces, así que parece que ambas no consiguen que acontezca
algo más interesante, y así la narración, al principio, se mueve sobre la
monotonía intemporal, repetida.
Lo más destacable de esta
historia es, sin embargo, la forma en la que está descrita, dibujando la
ambigüedad vital de la inquilina, su inquietud, sus necesarias costumbres y
dependencias, que terminan por transmitirse a la propia casera.
Todo se enlaza en la sucesión
de diversos temas que imprimen la vida de estas dos muchachas: El trabajo, los
gastos necesarios para mantenerse, la vida de esa inquilina, la autocrítica de
la protagonista/narradora. Todo suena a normal, pero siempre atado por la
pulcritud ortográfica y la excelente redacción del texto. Se denota a través de
ello inquietud, aceleración, disgusto vital. Gran parte del relato que hace la
narradora/protagonista son las propias vivencias de la autora. Su valentía en
los recorridos nocturnos –ex cárcel de Carabanchel, y los desconocidos rincones
del barrio-, lo que, insistimos, nos recuerda a aquella muchacha adolescente de
”La Ciudad Feliz”, incluidas las
estrategias de algunos ensayistas para utilizar falsas referencias y cimentar
teorías imposibles, aparte de que las descripciones geográficas sean
excelentes. A veces, pareciera que la escritora mezclase datos madrileños con
los de otros lugares por ella conocidos, así como de localizaciones
residenciales populares:”Proyectos
fracasados de vivienda social en unos reglamentarios kilómetros de la línea de
costa”.
La calle, para Elvira
Navarro, sigue siendo una metáfora, igual que en “La Ciudad Feliz”, un lugar donde se pueda vivir y completar/entender
a los otros. De allí o hacia allí, deriva su antigua costumbre de recorrer la
ciudad, y estar así mejor fuera que dentro de casa.
Es probable que Elvira
Navarro nos quiera argumenta que ha corregido tantos libros a cambio de poco,
que ahora sigue corrigiendo afanosamente los textos de sus alumnos, o de otros
libros por encargo, pero realmente parece desear que los libros los corrijan
sus propios autores, y que esa sacrificada profesión desaparezca.
Norberto Spagnuolo di Nunzio
Alumno de Elvira Navarro /
febrero de 2014
EPÍLOGO: Si yo fuera productor o director de cine no
dudaría en tratar de conseguir los derechos de esta novela para hacer una buena
película española. No sé si a la autora se le habrá ocurrido, y por eso ha
plantado la confesión de Susana y la despistada escucha de Elisa al principio.
Esa sola escena se lo merece. Claro que después
habría que saber contar el resto al mismo nivel, porque hay otras tantas
de igual calidad. Pero el arranque, es el arranque.
www.arteqdarte.blogspot.com
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