domingo, 23 de febrero de 2014

“LA TRABAJADORA”: Último e interesante libro escrito por alguien que se parece a Elvira Navarro.

“Lo que hay en mi novela es un personaje basado en mí, pero no soy yo. Ni lo que he contado es exacto

Elvira / Elisa traza un recorrido atemporal sobre un territorio desmadejado de su vida, en el borde desarticulado de la gran ciudad donde vive y comparte momentos y situaciones con necesarios personajes similares. Los mapas para guiarse en ese espacio doblemente lánguido no sirven. Los medicamentos ni los medicándoos tampoco. Sólo el transcurrir del tiempo deja posible la esperanza. Pero el tiempo no pasa, por pura repetición.
Los mapas aleatorios de Susana son ese reflejo, una metáfora. Elisa y Susana son aparentemente diferentes, pero en el fondo se comparten, como Dr. Jeckill y Mr. Hide. Por eso se quieren, por eso se enfrentan o se rechazan, y también se imitan. Ambas, como todos nosotros en iguales tiempos, buscan, esperan y padecen el desafecto laboral y otras circunstancias.
Recuerdo al personaje narrador de “La ciudad feliz”, anterior libro de la escritora, muchacha post adolescente que transita de su barrio a otro buscando transgredir las fronteras, encontrando a un ser asocial para comprenderlo y apoyarlo. Y “La Trabajadora” parece seguir deambulando por ese camino, por ese descubrimiento de espacios urbanos y personajes apartados, periféricos, de vidas complejas y destartaladas.
No me creo demasiado la forma de hablar de Susana cuando la historia comienza con su relato testimoniado por Elisa/Elvira. No caza con su descripción cultural que vamos poco a poco conociendo. Tampoco caza con su tamaño, sus ansias devoradoras, ni sus necesidades eróticas. Suena más a otra escritora hablando de lo suyo, como si fuera el alter ego de la narradora, quizás ese Dr. Jeckill. Las dos hablan muy parecido, con la diferencia en Susana de sus prisas ansiosas y locuras ordenadas. Elisa/Elvira lo confiesa en página 95: “Me obsesioné por dejar clara la manera en que estaba construido. Tuve miedo de la cercanía de mi voz, que había puesto entre paréntesis, con la del personaje de Susana al releerlo, especulé que no era fruto de una incapacidad, sino de una evidencia”
Tampoco suena a enano guerrero el que responde al aviso. ¿Qué sucede, son acaso todos ellos educados en la UNI, de buena o media familia? Por eso pienso que la Elisa es la más natural de todos ellos, verdadera como personaje, verdadera como narradora. Nos enteramos al final del libro, cuando se va confesando en finales con el psico que la atiende.
La narradora/escritora nos despista con algunos errores geográficos, calles que no existen –al menos en mis guías madrileñas-. O, por ejemplo, desde la supuesta buhardilla que ocupaba Susana cuando buscaba el amor oscuro, antes de alquilarse en lo de Elisa, no se ven los paisajes que se describen. En casi similar lugar y buhardilla residió, pocos años, una amiga exilada argentina. Ni ella, ni mi mujer, ni yo, éramos capaces de ver nada más allá de los techos vecinos.
 
Las dos buscan algo que suceda, aunque sucedan pequeñeces, así que parece que ambas no consiguen que acontezca algo más interesante, y así la narración, al principio, se mueve sobre la monotonía intemporal, repetida.
Lo más destacable de esta historia es, sin embargo, la forma en la que está descrita, dibujando la ambigüedad vital de la inquilina, su inquietud, sus necesarias costumbres y dependencias, que terminan por transmitirse a la propia casera.
Todo se enlaza en la sucesión de diversos temas que imprimen la vida de estas dos muchachas: El trabajo, los gastos necesarios para mantenerse, la vida de esa inquilina, la autocrítica de la protagonista/narradora. Todo suena a normal, pero siempre atado por la pulcritud ortográfica y la excelente redacción del texto. Se denota a través de ello inquietud, aceleración, disgusto vital. Gran parte del relato que hace la narradora/protagonista son las propias vivencias de la autora. Su valentía en los recorridos nocturnos –ex cárcel de Carabanchel, y los desconocidos rincones del barrio-, lo que, insistimos, nos recuerda a aquella muchacha adolescente de ”La Ciudad Feliz”, incluidas las estrategias de algunos ensayistas para utilizar falsas referencias y cimentar teorías imposibles, aparte de que las descripciones geográficas sean excelentes. A veces, pareciera que la escritora mezclase datos madrileños con los de otros lugares por ella conocidos, así como de localizaciones residenciales populares:”Proyectos fracasados de vivienda social en unos reglamentarios kilómetros de la línea de costa”.
La calle, para Elvira Navarro, sigue siendo una metáfora, igual que en “La Ciudad Feliz”, un lugar donde se pueda vivir y completar/entender a los otros. De allí o hacia allí, deriva su antigua costumbre de recorrer la ciudad, y estar así mejor fuera que dentro de casa.
Es probable que Elvira Navarro nos quiera argumenta que ha corregido tantos libros a cambio de poco, que ahora sigue corrigiendo afanosamente los textos de sus alumnos, o de otros libros por encargo, pero realmente parece desear que los libros los corrijan sus propios autores, y que esa sacrificada profesión desaparezca.
 
Norberto Spagnuolo di Nunzio
Alumno de Elvira Navarro / febrero de 2014
 
EPÍLOGO: Si yo fuera productor o director de cine no dudaría en tratar de conseguir los derechos de esta novela para hacer una buena película española. No sé si a la autora se le habrá ocurrido, y por eso ha plantado la confesión de Susana y la despistada escucha de Elisa al principio. Esa sola escena se lo merece. Claro que después  habría que saber contar el resto al mismo nivel, porque hay otras tantas de igual calidad. Pero el arranque, es el arranque.

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