Y a partir de allí, no la Blancanieves verdadera sino la típica historia dramática y finisecular, folklórica, incluídas bailarinas y cantaoras de flamenco, y una pobre niña huérfana de mujer de torero y maltratada, que aprende a torear gracias a su lisiado padre torero pillado infraganti por el toro-torito-toro de marras. Para completar emoción localista andaluza, Plaza de la Maestranza nominada para disimular de otra forma. Más paño torero imposible.
Y todo justo ahora, que los catalanes se toman la venganza torera por su cuenta e incendian los palcos antitaurinos de la piel de toro. Vaya coincidencia.
La mala malísima, mucho menos que en la peli del Disney, mata gallos, hace sado-maso con su chófer, y viste de negro en cuerpo y menos alma de esa buena y dúctil actriz que es Maribel Verdú, aquí veritablemente flaca para poner cara de cuchillo afilado y ojos matadores de toreros y toreras sobrevenidas. ¿Y todo para que? Pues sólo por el parné, ay mi arma.
¿Por qué vuelve la España clásica a atosigarnos con esta alegoría más de película sobre Manolete, con Brody y la Pataky, que de ese dulce personaje blanconevado que no toreaba ni a los enanitos?
Buenas cosas en las imágenes y tonos, filmación, encuadres, etc., no tan buenas en el imparable acompañamiento musical de seguimiento, que dice la propaganda que es el hilo conductor, cuando en realidad a uno le dan horribles ganas de que pare de una vez. Encantador el enanito torero perverso ya destacado en las versiones fílmicas de Mortadelo y Filemón.
¡Aaayy, que merengue más español! ¡Casi ná! ¡Viva
Norberto Spagnuolo / www.arteqdarte.blogspot.com