martes, 9 de octubre de 2012

6 años 6 de la desaparición de Eduardo Mignogna

Encabezo título con soniquete torero. A Eduardo los toros le causaban horror poético (de Poe), aunque disfrutara de sus exageraciones folklóricas y sus desmanes machistas, sobre todo en aquellos tiempos aún vestidos y revestidos de los 25 Años de Paz del Régimen.
Siempre aborreció y sufrió del maltrato a los animales domésticos y no domésticos, y por lo tanto lo de los toros le abrumaban por un lado y por el otro. Sí, también sufría cuando algún torerillo, un modesto banderillero, un mayorado y triposo picador caían o resultaban heridos en medio de la faena. Sin embargo, su curiosidad literaria, la misma que le llevaba a interesarse por todo tipo de historias y personajes, cuentos de esquina y café, relatos conversionales (no convencionales), etc., de esos con los que las madres se cargan en las colas de la compra, o en las fiestas familiares, pues tambiérn le atraía el interés sobre los temas de la tauromaquia y sus protagonistas.
En función de la beca de prácticas arquitectónicas que me otorgaron en Argenina, la empresa constructora española donde me tocó cumplirla, Contrucciones San Martín, tuvo la deferencia de invitarnos a una visita a Pamplona y su famosa Plaza, hito final y diario de los famosos encierros de los Sanfermines. A mí tocaba la toma de datos para una propuesta previa de ampliación de dicha Plaza, que más tarde fue objeto de un concurso público finalmente ganado por el arquitecto Rafael Moneo Vallés con el que formé equipo para tal fin, aportando aquellas primeras ideas.
Eduardo se interesaba más por el relato de sucesos e historias que por la propia significancia específica de encierros y corridas, toros y toreros, a todos los cuales ponía espacio de por medio sin dejar de valorarlos como hechos y personajes encarnadores de historias y circunstancias.
Los dos disfrutamos y aprendimos entonces de toda la documentación sobre toros, corridas, ganaderías y demás investigando en libros, revistas, periódicos y cuanta documentación al respecto pudo caer en nuestras manos y cabecitas ignorantes.
Es difícil que unos argentinos descendientes de italianos, como éramos ambos, abuelas campesinas hablandonos de sus amados burritos, transija con los conocidos lugares comunes que revisten la parafernalia de la fiesta española por excelencia. Tampoco nos creíamos mucho la otra gran fiesta, la de las procesiones de Semana Santa, aunque sí nos llamaba la atención y admirábamos la profusión de pasos, músicas, vestidos y supuestos devotos enfrascados en la penitencia, a todos los cuales respetábamos y tratábamos de entender en lo profundo de su significado y creencia.
Por entonces, apoyados en amigos que pertenecían a los grupos sociales represaliados por el régimen, bien por su pertenencia a partidos defenestrados, bien por su personalidad en tareas de arte, educación o periodismo, tuvimos la oportunidad de conocer de primera mano historias pasadas y actuales, personajes y situaciones, que nos legaron con cordialidad y ánimo amistoso, un enorme caudal de conocimiento y la cercanía de grandes personalidades de todos los campos de actividad, con sus quejas, ensoñaciones, protestas y teorías.
Eduardo Mignogna, como yo mismo, pudimos recoger y almacenar así un impagable caudal de vida enrocada en las situaciones que la España predemocrática ponía a nuestra disposición, y servía de base para ir construyendo el anhelo de una sociedad más avanzada, democrática y mejor en todos los sentidos. Ambos siempre recordamos todo lo que esa etapa puso en nuestras vidas de vital, amistoso y esperanzador.
Hace 6 años 6 que Eduardo se nos fue. Justamente el otro día, el mismo 4 de Octubre previo, estando invitado a la presentación de una nueva revista de diseño gráfico y comics en uno de los lugares habituales de la gente de cine en Madrid, la Librería 8 y medio, se me subió el recordatorio de Eduardo a la sociabilidad del momento, y parece que ese, mi interior recordatorio, me impuso la tarea de contárselo a alguien, alguien con quien Eduardo pudiera haber tenido relación en el mundo del cine.
Justamente, muy cerca mío, estaba con un  grupo de amigos la excelente actriz Elena Anaya (La Piel que Habito y muchas otras), a quién se me puso en la cabeza la ocurrencia de transmitirle tal recordatorio. Y al terminar un pequeño conciertocelebratorio de músicas de películas, no dudé en llamar su atención y soltarle las que creí mejores palabras para compartir el la necesidad del recuerdo. Ella pareció demudarse un poco, pregunté si le sucedía algo, y me expresó con enorme sinceridad la sorpresa, o emoción inesperada que aquello le había producido. Así que me creí haber dado en el clavo. Pero...
¡Y como no! Resulta que en mis voluntariosos deseos de recordar a mi primo no dudé en confundirme de actriz y película, dado que la que realmente había protagonizado la película de mi Eduardo Mignogna, "El Faro del Sur" no era ella, sino la también excelente Ingrid Rubio.

Norberto Spagnuolo di Nunzio

octubre 6 de 2012