O todo por el Colis,
con el Octavio y otro.
(que no nos aclaran, ni pueden quizás, como será la luminosa posible etapa
que debería seguirle)
Autores: OCTAVIO COLIS y otro
Estreno y funciones: TEATRO FIGARO / MADRID
Fechas: Finales de Mayo 2015
Lo primero que nos duele, como espectadores es ese recinto
antiguo y poco entretenido del mencionado teatro en la calle Cortezo, otrora -y
mucho- cine de estreno allá por los '45 y más, dice mi esposa que lo
frecuentaba. El problema es que aún mantiene la platea inclinada al revés,
típica de aquel entonces, que solucionaba la buena visión encajando la pantalla
alta, y la última fila trasera marcando el arranque del plano inclinado hacia
arriba, para permitir mejor visión hasta el último espectador sentado allá
atrás. Pero al teatro esa solución le va fatal, y ningún espectador puede
terminar viendo cómodamente el escenario tapado por todas las cabezas que
aparecen por delante, aparte de esa sensación de que te evacuan del asunto con
ese estar cayéndote hacia dónde no está la cosa a ver, oír, sentir y admirar.
O sea que, de entrada, el espectáculo se te estropea por esa
visión bastarda, y además por que, dada esa solución antigua de platea al
revés, no es la más adecuada para un teatro como el que nos proponen los
autores con permiso del empresario, más acorde con salas más recogidas,
próximas, de estar en casa. Deberían haberlo intentado en esos nuevos, y no
tanto, pequeños teatros alternativos que te ceden el local a cambio de encajar
tu programación y hacer cuentas. Entre otros el cercano TEATRO DE BARRIO, y
tantos más del por ahí nomás.
O sea que empezamos mal la función, y de entrada algo se nos
indigesta en ese espacio no adecuado a tal obra. ¿Y cómo es, o debería haber
sido, la obra? La propuesta nos habla de "un entremés", y no está mal
la idea: "Pieza dramática jocosa de
un solo acto (aquí no tan poco), que solía representarse entre una y otra
jornada de la comedia y, primitivamente, alguna vez, en medio de una
jornada" (R.A.E. XIX edición).
No tan poco aquí, porque el recorrido por la historia se devana en varios micro
actos separados por cambios de decorados, atrezzos, vestimenta. Y esto tampoco
ayuda mucho a concentrarse, hilvanarse y cachondearse o compadecerse, porque la
historia se desconcentra, deshilvana, aún sabiendo que se estructura en
cuadros/escenas/personajes. Y esto es otro problema de concentración,
seguimiento, y sobre todo cambio o alargamiento de tiempos que nos distrae y
baja el ritmo de atención, cuando los entremeses siempre han sido un mecanismo
de aceleración y acción superpuesta, como para dejarte una imagen de cuadro
múltiple que lo resume todo.
Nos parece que se ha exagerado de esos cambios de tiempo y
acción acompañados por innecesarios (a nuestro entender) cambios de atrezzo
sobre un "decorado único ambiental". Los personajes son varios y
cambiantes, interpretados como es habitual en un entremés, pero no tanto, por
los mismos actores con distinta encarnación, a lo que se suman coros de uno y
otro lado que se alternan con los mismos actores para ambientar, acompañar,
valorar o criticar la acción principal. No es que eso no sea posible para poder
destacar una historia de la otra, pero llegado un punto confunde un poco,
aunque también cabe, como sucede en la realidad, que los "coros"
cambien de criterio y de comparsa y se conviertan en líderes, como sucede hacia
el final de la obra arrimada a los pasados coros del 15-M y sus críticas al
sistema.
Diría que los actores están bastante adiestrados y bien
dirigidos en el cometido de representar las voces múltiples que nos cuentan o
ejemplifican la historia. Pero hay algunos que sobresalen por su ductilidad y
saber encarnar al personaje de turno, siempre bajo una programación gestual
general de exageración y empaquetamiento corporal o desmadejamiento idem. Me
llamó la atención, por su parecido físico y de maquillaje, así como por su
gestualidad exagerada próxima a la de los grandes cómicos de las películas
mudas, uno de ellos encarnando a los personajes de postín de la debacle
económica. Esa personalidad da mucha fuerza a la parte final de la obra y nos
lleva al recuerdo de aquellos actores y comedias fílmicas de la compañía de
Mack Sennet.
Por otra parte, texto y acción se apoyan mucho en varios
ejemplos históricos de la crítica social bajo autos sacramentales, entremeses,
ferias de calle, letanías de ciegos, etc. Buena versificación acentuada hacia
el chascarrillo o la poesía popular del siglo de oro y sucedáneos, donde
aparecen recuerdos a los grandes versificadores de aquellas épocas. A veces
estos discursos, necesariamente explicativos, críticos, mordaces, o
sublimantes, se alargan demasiado, y así el tiempo también cambia de ritmo y de
aparente forma escénica derivada. Podríamos por eso mismo calificarlo de
tragicomedia, como aquella de Don Perlimpin, con formas que solía utilizar el
gran Federico García Lorca. Pero los personajes, velados por la crítica, el
disfraz, o la mofa, son bien reconocibles, aunque unos mejor que otros en
definición y actuación de respaldo. Existe sí esa reiteración necesaria,
supongo, de la historia de estos personajes que todos ya tenemos incorporados a
la memoria reciente, y por lo tanto suenan un poco a obvio, conocido, como si
quisieran aleccionarnos demasiado al respecto, o la obra hubiera sido destinada
a colegiales que aún no saben del todo sobre de que va "la cosa".
Desde luego y personalmente, esta crítica bufonesca sobre la
realidad política reciente de España me hubiera gustado más en el tono de aquél
"Huis Close" de Jean Paul Sartre. Y algunas voces en off,
representando al pueblo, pudieran haber dicho acusativos: "NO RECUPERABLE,
NO RECUPERABLE, cada vez que un personaje culposo recitara sus razones.
Referencias autorales: Octavio Colis (no conozco a su compañero creativo), es un
estupendo y crítico artista plástico, ilustrador, articulista, novelista
inquisitivo ("La muerte de mi mujer"..), y no está nada mal que
también practique el lenguaje teatral vario porque lo hace bastante bien, salvo
lo que aquí comento.
En cuanto qué habría hecho yo con ese montaje, que no es que
sea importante pero me divierte, pues yo habría colocado, en un perenne centro
de escena y sobre un mediano pedestal terrestre, a la hermosa musicalista responsable
María Lafuente, vestida con el ropaje clásico de La Libertad, con su gorro
frigio y busto casi al descubierto como en aquellas estatuas griegas o romanas
del principio, sentada frente a su piano-órgano, y cada escena y personajes
girando en torno a ella. En definitiva, La Libertad, La República, ya nos vienen
vigilando desde la revolución francesa, y aquí estamos. Por algo será, pero
como si no nos enteráramos...
Antonio di Luca
4 de junio del 2015