Al terminar a duras penas la escuela primaria, Beppo tuvo
que ponerse a trabajar en una carbonería del barrio. Nadie supo muy bien como
su amigo del alma, su compañero de calle desde los cuatro años, consiguió una
beca para seguir los estudios. Carlino había resultado ser más religioso que
Beppo, era lo que les diferenciaba. Se pasaba las horas en la parroquia, se
convirtió en monaguillo, y alguna veces Beppo, por pura companía también se apuntaba,
aunque sus padres, responsables "partigianos" de zona, preferían que
no lo hiciera. Carlino siguió estudiando, se decía que alguien le había
conseguido que entrase en el seminario cuando terminó el bachillerato con
buenas notas. Los amigos continuaban viéndose en los pocos permisos en que
Carlino regresaba a ver a su familia; Beppo era el segundo en importancia en
sus visitas. Beppo creció, y de la carbonería consiguió pasar a ser conductor
de trolebús cuando cumplió los dieciocho, hizo la milicia y curso y aprobó el
examen especial. Gracias a ello comenzó a recorrer la Roma más allá del Tíber,
subir por las siete colinas capitolinas, pasar por el Vaticano, y sorprenderse con
esa ciudad tan hermosa y aún herida, sus gatos volviendo a la vida.
Carlino había jurado sus votos como sacerdote, y fue enviado
a una diócesis al sur de Italia. Luego su aplicado trabajo le permitió ir
cambiando de lugares, ascendiendo de cargos, hasta llegar con el tiempo a ser
Obispo de Catanzaro. Era muy querido y al parecer piadoso, era famosa su
cordialidad con los niños, sobre todo los de familias modestas, y por sus obras
que incluían asilos, colegios, comedores sociales. Cuando podía volvía al Trastévere
y se encontraba con su familia, sus ancianos padres, los vecinos que salían a
la calle a aclamarlo. Y con Beppo, con el único con el que se iba a tomar un
Lemoncelo a la tratoría de siempre, donde los parroquianos escuchaban sus
charlas, sus relatos sobre aquel sur que conocía tan bien. Y siempre tenía un
halago para Beppo. "¡Ma stai tanto bene!. ¿Ti ricordi di quello qui
facciavomi di ragazzi? ¡Mi piace tanto rivederti! ¿Lo sai no?"
Los años fueron envejeciendo a los dos. Beppo se llevó la
peor parte, la carbonería y las calles de Roma le donaron unos pulmones cada
vez menos capaces de respirar. Se fue apagando. No se había casado, murieron
uno tras otro sus luchadores padres, se fue quedando solo, en su barrio y casa
de siempre, apenas quedaban amigos que hubieran permanecido. El Trastévere
cambió, se convirtió en un barrio de gente moderna, intelectuales, extranjeros,
turistas. La Comuna romana lo había restaurado, florecían las casas de modas,
los modernos restaurantes típicos, y los colores tan hermosos de sus viejas
casas relucían al sol más que nunca. Aún jugaban al fútbol por las calles los
muchachos del barrio, pero ahora lo hacían contra los sudamericanos exilados
que compartían algunas viviendas abandonadas. O contra los turistas, siempre
dispuestos a hacer algo especial, como si aquello fuera lo normal, y pagaban
por hacer un breve "catenaccio". Y las muchachas más hermosas del
mundo que adoraban las noches del Trastévere plenas de aventuras amorosas, como
los árboles que daban sombra, y las fuentes recuperadas que refrescaban el aire
oloroso.
Qué hermosa Roma desde allí, hasta el Castell Sant Ángelo se
veía, y la cúpula del mismísimo San Pedro. Y allí, ahora, habitaba su amigo
Carlino, con el flamante cargo de Chambelain de Cámara de Su Santidad. Y a
veces, pocas, desde que estaba en el Vaticano, su amigo de toda la vida acudía
a visitarlo, para encontrárselo en la cama, donde Beppo reposaba de sus fatigas,
y hablaban.
Beppo empeoró, apenas se alimentaba, alguna antigua amiga de
la infancia, ya anciana, le alcanzaba algo para comer, otras ayudaban a lavarlo
y limpiar la casa. Beppo reposaba con el torso alzado sobre almohadas para
poder respirar mejor, un aparato de vaporizaciones y otro de oxígeno a su lado.
La televisión enfrente le ayudaba a pasar sus largos días de enfermedad. Le
gustaba seguir las noticias del Vaticano en la emisora de la Curia romana, pero
también las noticias del mundo, los problemas de Europa, salvada por los
Americanos cuando ellos eran niños y ahora precipitada en la bancarrota, la
incomprensible caída de la Unión Soviética .
Beppo finalmente entró en coma, lo primero que pidió antes
de perder el estado de conciencia fue que avisaran a Monseñor Carlino, pero
éste se hallaba de viaje con el Santo Padre en la vecina Polonia.
En ese difuminado paseo hacia la luz del fin del túnel,
Beppo creyó un día entrever la figura de su amigo en el marco de la puerta. Su
nublada percepción tuvo un último instante de aparente lucidez. Pero la imagen
de su amigo se fue transformando poco a poco en otra. Y ¡Oh, milagro!, él, que
nunca había creído nada más que en su fé de militante comunista, creyó ver al mismísimo
Santo Padre en vez de a su amigo, y además creyó oír que éste le dirigía la
palabra: "Ma Beppo, me ha detto Carlino que hay stato buono n' l fratempo,
soltanto questa caduta n' la eregía comunista. Caro mío, non ti posso perdonare
tutto, ma vediamo. ¿Cosa ti pare l' liberazione d'l Inferno? ¿Due o tre mila
anni n' l Purgatorio? ¿Va bene cosí? Ci pense n' l Dante, non e tanto bruto
questo, ma un pícoli brusciato c' lo ha. ¿Va bene adesso? Ti voleva tanto il
Carlino, di píccoli, lo sai. E poi si ricordava.
Los vecinos que acompañaban los últimos momentos de Beppo
vieron que éste hacia un esfuerzo por incorporarse, un sonido ronco y confuso
intentó salir de su garganta. Trató de alzar el brazo derecho, el puño
cerrándose a duras penas. Luego levantó despacio el dedo anular, elevó un poco
más todo el brazo, y de pronto se derrumbó, expirando como si fuera un motor
descompuesto, cerrando sus ojo para siempre. El puño cerrado y el dedo en alto
rígidos.
La olografía del Santo Padre se desvaneció entonces como un
televisor que se apaga. Un postrer chispazo iluminó toda la escena en penumbra.
Los que asistían a ella lanzaron entonces un profundo ¡Ooohhh...! de sorpresa y
emoción. Luego rompieron en vítores y aplausos al amigo fallecido.
Carlino, en la lejana Varsovia, sintió como un pescozón en
su trasero, justo cuando le acercaba un vaso de agua al Santo Padre a punto de
acostarse.
Norberto Spagnuolo
Noviembre 2012