sábado, 19 de enero de 2013

DUE AMICCI (Soto il cielo d'l Trastévere)

 Juntos se criaron bajo el cielo romano del Trastévere, el popular y hermoso barrio romano más allá del Tíber. Familias populares sentadas en las tardes de verano a las puertas de sus casas. Los niños y muchachos de la posguerra jugando al fútbol en la calle, con sus ropas remendadas y a veces raídas. El sol alargando las sombras sobre las anchas calles, las fachadas color siena desleído, y boquetes repartidos por la metralla. Eran unos de tantos hijos de modestas familias cargadas con todos los desastres de la guerra. La invasión alemana, la represión de las brigadas de la resistencia, las razzias para vengar algún atentado, el avance triunfal y corruptor de los americanos. Tuvieron suerte, fueron creciendo, compartiendo la escuela primaria en la república de la liberada posguerra, el paso de los aliados saludando, los niños corriendo tras los carros blindados y jeep's de los comandos, gritando "¡Me dai una cigarreta!". El primer cigarrillo, el chicle que los unía en esa voluntad de ser modernos y ricos gracias al Plan Marshall.

Al terminar a duras penas la escuela primaria, Beppo tuvo que ponerse a trabajar en una carbonería del barrio. Nadie supo muy bien como su amigo del alma, su compañero de calle desde los cuatro años, consiguió una beca para seguir los estudios. Carlino había resultado ser más religioso que Beppo, era lo que les diferenciaba. Se pasaba las horas en la parroquia, se convirtió en monaguillo, y alguna veces Beppo, por pura companía también se apuntaba, aunque sus padres, responsables "partigianos" de zona, preferían que no lo hiciera. Carlino siguió estudiando, se decía que alguien le había conseguido que entrase en el seminario cuando terminó el bachillerato con buenas notas. Los amigos continuaban viéndose en los pocos permisos en que Carlino regresaba a ver a su familia; Beppo era el segundo en importancia en sus visitas. Beppo creció, y de la carbonería consiguió pasar a ser conductor de trolebús cuando cumplió los dieciocho, hizo la milicia y curso y aprobó el examen especial. Gracias a ello comenzó a recorrer la Roma más allá del Tíber, subir por las siete colinas capitolinas, pasar por el Vaticano, y sorprenderse con esa ciudad tan hermosa y aún herida, sus gatos volviendo a la vida.

Carlino había jurado sus votos como sacerdote, y fue enviado a una diócesis al sur de Italia. Luego su aplicado trabajo le permitió ir cambiando de lugares, ascendiendo de cargos, hasta llegar con el tiempo a ser Obispo de Catanzaro. Era muy querido y al parecer piadoso, era famosa su cordialidad con los niños, sobre todo los de familias modestas, y por sus obras que incluían asilos, colegios, comedores sociales. Cuando podía volvía al Trastévere y se encontraba con su familia, sus ancianos padres, los vecinos que salían a la calle a aclamarlo. Y con Beppo, con el único con el que se iba a tomar un Lemoncelo a la tratoría de siempre, donde los parroquianos escuchaban sus charlas, sus relatos sobre aquel sur que conocía tan bien. Y siempre tenía un halago para Beppo. "¡Ma stai tanto bene!. ¿Ti ricordi di quello qui facciavomi di ragazzi? ¡Mi piace tanto rivederti! ¿Lo sai no?"

Los años fueron envejeciendo a los dos. Beppo se llevó la peor parte, la carbonería y las calles de Roma le donaron unos pulmones cada vez menos capaces de respirar. Se fue apagando. No se había casado, murieron uno tras otro sus luchadores padres, se fue quedando solo, en su barrio y casa de siempre, apenas quedaban amigos que hubieran permanecido. El Trastévere cambió, se convirtió en un barrio de gente moderna, intelectuales, extranjeros, turistas. La Comuna romana lo había restaurado, florecían las casas de modas, los modernos restaurantes típicos, y los colores tan hermosos de sus viejas casas relucían al sol más que nunca. Aún jugaban al fútbol por las calles los muchachos del barrio, pero ahora lo hacían contra los sudamericanos exilados que compartían algunas viviendas abandonadas. O contra los turistas, siempre dispuestos a hacer algo especial, como si aquello fuera lo normal, y pagaban por hacer un breve "catenaccio". Y las muchachas más hermosas del mundo que adoraban las noches del Trastévere plenas de aventuras amorosas, como los árboles que daban sombra, y las fuentes recuperadas que refrescaban el aire oloroso.

Qué hermosa Roma desde allí, hasta el Castell Sant Ángelo se veía, y la cúpula del mismísimo San Pedro. Y allí, ahora, habitaba su amigo Carlino, con el flamante cargo de Chambelain de Cámara de Su Santidad. Y a veces, pocas, desde que estaba en el Vaticano, su amigo de toda la vida acudía a visitarlo, para encontrárselo en la cama, donde Beppo reposaba de sus fatigas, y hablaban.

Beppo empeoró, apenas se alimentaba, alguna antigua amiga de la infancia, ya anciana, le alcanzaba algo para comer, otras ayudaban a lavarlo y limpiar la casa. Beppo reposaba con el torso alzado sobre almohadas para poder respirar mejor, un aparato de vaporizaciones y otro de oxígeno a su lado. La televisión enfrente le ayudaba a pasar sus largos días de enfermedad. Le gustaba seguir las noticias del Vaticano en la emisora de la Curia romana, pero también las noticias del mundo, los problemas de Europa, salvada por los Americanos cuando ellos eran niños y ahora precipitada en la bancarrota, la incomprensible caída de la Unión Soviética .

Beppo finalmente entró en coma, lo primero que pidió antes de perder el estado de conciencia fue que avisaran a Monseñor Carlino, pero éste se hallaba de viaje con el Santo Padre en la vecina Polonia.

En ese difuminado paseo hacia la luz del fin del túnel, Beppo creyó un día entrever la figura de su amigo en el marco de la puerta. Su nublada percepción tuvo un último instante de aparente lucidez. Pero la imagen de su amigo se fue transformando poco a poco en otra. Y ¡Oh, milagro!, él, que nunca había creído nada más que en su fé de militante comunista, creyó ver al mismísimo Santo Padre en vez de a su amigo, y además creyó oír que éste le dirigía la palabra: "Ma Beppo, me ha detto Carlino que hay stato buono n' l fratempo, soltanto questa caduta n' la eregía comunista. Caro mío, non ti posso perdonare tutto, ma vediamo. ¿Cosa ti pare l' liberazione d'l Inferno? ¿Due o tre mila anni n' l Purgatorio? ¿Va bene cosí? Ci pense n' l Dante, non e tanto bruto questo, ma un pícoli brusciato c' lo ha. ¿Va bene adesso? Ti voleva tanto il Carlino, di píccoli, lo sai. E poi si ricordava.

Los vecinos que acompañaban los últimos momentos de Beppo vieron que éste hacia un esfuerzo por incorporarse, un sonido ronco y confuso intentó salir de su garganta. Trató de alzar el brazo derecho, el puño cerrándose a duras penas. Luego levantó despacio el dedo anular, elevó un poco más todo el brazo, y de pronto se derrumbó, expirando como si fuera un motor descompuesto, cerrando sus ojo para siempre. El puño cerrado y el dedo en alto rígidos.

La olografía del Santo Padre se desvaneció entonces como un televisor que se apaga. Un postrer chispazo iluminó toda la escena en penumbra. Los que asistían a ella lanzaron entonces un profundo ¡Ooohhh...! de sorpresa y emoción. Luego rompieron en vítores y aplausos al amigo fallecido.

Carlino, en la lejana Varsovia, sintió como un pescozón en su trasero, justo cuando le acercaba un vaso de agua al Santo Padre a punto de acostarse.
 
Norberto Spagnuolo
Noviembre 2012