martes, 21 de agosto de 2007

MEDIA ROMERÍA EN MAMBLAS, Y VUELTA

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"Oquedad del aire sobre el agua,
espacio cultivado entre repechos.
De tu dilatada historia
queda la piedra, amarrada.

Y el hombre, el hombre, el hombre,
amamantado por la tierra: ¡Mamblas!" (1)

Curiosa esa secuencia temporal entre las dos y actuales, por ahora, romerías rachelas, Mamblas/Redonda: ocho de septiembre para la primera, caiga el día que caiga, y obligatorio domingo siguiente para la segunda, pero ambas enraizadas en el tiempo de la vendimia, de la cosecha casi otoñal, hacia el fin del verano. Y ambas festejadas o preanunciadas por el repiqueteo constante, alternativo, monótono de los petardos que aventan de los campos de la uva a punto de vendimia a moscas, moscones, y demás insectos voladores y golosos, hombres incluidos.
Curiosa y necesaria también esa localización extramuros, casi equidistante de las dos ermitas, a una legua antigua desde el corazón de la villa, pero en opuestos ámbitos: sierra/planicie, y opuestos puntos cardinales: norte/sur, quizás para no molestarse, quizás para distinguirse claramente, tal vez para permitir que existan dos cofradías, y se reparta mejor así el servicio debido a La Madre. Curiosa va siendo también la tercera parte anunciada de esta trilogía ermitaña, con la aparición en escena de un santo varón extranjero, el noruego Rey Olav, que si todo sale como está previsto, al cabo del próximo bienio asentará sus reales en dirección este, casi media legua más allá del casco, integrándose con ello en un cuadrángulo evocador, cristiano y plural: Colegiata, Mamblas, San Olav, Redonda. Y recordemos que al santo noruego se lo celebra poco tiempo después.
Hace años que mi mujer y yo deseábamos participar en una de estas romerías. Este septiembre fue posible, pero quizás se lo debamos sobre todo a los buenos esfuerzos, consejos y recomendaciones de un fervoroso y polivalente romero, Juancho Jummer, capaz de asistir y celebrar con igual entusiasmo no sólo a las actuales e históricas patronas, sino dispuesto a sumarse a las del próximo patrón, inmigrante invitado.
Alguna vez escribí, sobre el desarrollo histórico y urbano de la pradera y barrio de San Isidro, en Madrid, lo siguiente:
"Ciertamente es un hecho que se repite al menos en la tradición esotérica de las apariciones,
los ermitaños y santos varones y/o mujeres que habitan más allá de las murallas en una Edad Media europea donde la agricultura marca un cierto renacimiento y es vehículo de conquista y colonización ante el empuje demográfico o las crisis de subsistencia, y que transcurre paralela a la reforma espiritual emprendida por una parte de la Iglesia (1.033 D.C.). Existe cierta teoría que enlaza este tipo de sucesos, catalogados como milagrosos, con las particulares condiciones energéticas positivas del lugar donde se producen. La permanencia, varias veces milenaria, de superpuestas culturas sobre el valle del Manzanares, conferiría al lugar de las praderas y cerros que habitara San Isidro esa especial condición, refrendada, analógicamente, por la superposición de culturas, religiones, santuarios y necrópolis en muy diversos y fundamentales asentamientos históricos y prehistóricos: Babilonia, Palestina, Creta, Asia Menor, etc." (2)
Es evidente que Mamblas arrastra esa protohistoria, presente en la fuerza del lugar, de la celebración y sus tradiciones, de los recuerdos y rastros del pasado. Por eso, todo romero que se precie debe ser consciente, y estar preparado, conocer el lugar, el entorno, la costumbre, la meteorología. En nuestro caso no era así, y eso se paga la primera vez. Se paga escapando a mitad de romería, justo cuando todo el mundo se dispone a celebrar el primer baile civil antes de dedicarse a saborear las sabrosas viandas.
Juancho nos había advertido que a Mamblas se puede acceder a pié, a caballo, en carreta, en bici, o en vehículo motorizado. La posibilidad de hacer el camino a pié, quizás la más hermosa, se frustra ante el mal tiempo y la necesidad de cargar con la comida, la manta, el paraguas. Al coche pues, y antes de las 12 hs., para poder asistir al famoso y comentado "bailao de la Virgen". ¿Qué es esta celebración que arrastra a tanta gente en pleno día laboral? ¿Qué representa Mamblas, su Virgen, la ermita, para el sentimiento rachel? Buena pregunta que nos hacemos mientras tratamos de encontrar un sitio para dejar el vehículo. Queremos ser respetuosos, estacionar lo más lejos posible e ir caminando, disfrutando de la llegada al sitio, del espectacular paisaje, y por supuesto del paisanaje que, como nos advirtieron, vemos que está llegando "por tierra. mar y aire", es variopinto en edad y condición, y proviene de toda la comarca y más allá.
A unos trescientos metros de la ermita vemos una campa rodeada de coches de todo tipo y con una definitoria valla de cintas de color que la mantiene milagrosamente despejada. Más arriba se mueve ya en dirección a ella el cortejo danzante, evolucionando marcha atrás, al son de una jotita castellana interpretada por un tradicional grupo musical con tambor, dulzaina y metales. Los coches se desperdigan por todos lados, a veces en hileras al borde del camino, agrupados en algunas zonas más abiertas, perdiéndose por el fondo del valle, e incluso adosados a uno de los costados de la ermita, cargados de enseres, sillas y paquetes que presagian una larga estancia y una abundante celebración dominical.
La virgen de Mamblas, con el niño a cuestas, parece vigilar con recato todo ese movimiento, al tiempo que sigue con interés el desplazamiento de los alegres romeros, bailándole la jota ceremonial. Esto de la danza hacia atrás tiene mucho que ver con los antiguos saludos de reverencia real en las cortes medievales. Intentamos incorporarnos al grupo, pero la desigualdad del terreno, la inexperiencia, el estar pendientes del ritmo, la falta de costumbre de ir al revés y al derecho alternativamente, nos obligan reiteradas veces a detenernos y reemprender baile, ubicación y distancias, antes de chocar con otros danzarines, trompicarnos y acabar sobre el polvoriento camino.
Un entusiasta romero promueve, escrita a lomos de su camiseta, una meridiana declaración de intenciones para pronosticar el inmediato futuro: "Bienaventurados todos los borrachos porque ellos verán pasar a Dios, dos veces". Alguien grita alabanzas a la imagen que son replicadas por otras: voces ¡"Viva esa virgen bonita"!. Por detrás de ella, cierra el cortejo un grupo más serio, quizás mayor en edad que el de los bailarines, y que va en rigurosa y callada procesión. Otros grupos hacen corro pasivo a todo el conjunto. Estar dentro del grupo de bailantes produce emoción. Uno esta ahí para la acción, perteneciendo a lo activo, con un cometido concreto: celebrar a La Virgen, "bailarla", expresar cariño, respeto y alegría por verla otra vez, y compartir el momento con ella. El cortejo da una vuelta en torno a la campa, reemprende el camino de vuelta, ahora más incómodo aún por que es de subida, hacia la ermita, y se estrecha cada vez más. Creo que en el aplicado grupo de danzantes poco a poco sólo van quedando los más habituales y expertos, los que parecen ser los más devotos, o los que tienen mas ganas y deseos de fiesta, o los que bailan más y mejor, que por lo general todas estas estirpes se confunden, o nos confunden. El cortejo da ahora una vuelta en torno a la ermita, en sentido contrario a las agujas del reloj. Al llegar a la puerta principal se detiene, y todo el momento que sigue adquiere un aire de mayor concentración. Un largo momento donde el grupo de bailarines se fija en una posición, el baile se hace ahora alrededor del mismo espacio, intercambiando posiciones entre los participantes. La Virgen los contempla, como si quisiera comprobar, y agradecer, la destreza en el baile de la jota, la alegría: "¡Estos chicos mejoran año a año!", puede que piense, pero también parece observar más allá, al resto de la gente que deambula sin cesar, a ese subsahariano que vende de todo un poco, al cielo, ahora entre nubes grises y blancas, al paisaje. ¡Hace tanto tiempo que no sale a pasear! Nuevos gritos de alabanza la acompañan mientras atraviesa la puerta de entrada. Parece que ella y el niño volvieran sus cabezas hacia atrás, como para echar una última mirada al paisaje y decir adiós a todos. Y casi se oye como un suspiro de resignación.
Gente de todas las edades, familias, cuadrillas, peñas, amigos. ¡Cuantas formas de entreverarse que tiene la sociedad!. Y nosotros un poco solos, a pesar de que nos saludamos con muchos, pero los grupos ya están hechos, organizados, aunque siempre se comparta algo, al menos un saludo, un breve comentario, una sonrisa de complicidad. En la explanada que da hacia el valle, rodeada por un muro, se escalonan puestos y tenderetes: bebidas, artículos de todo tipo, almendras garrapiñadas...Parece que abundaran más los hombres que las mujeres; solos de mediana y mayor edad, paseando en pares, tríos y cuartetos, hablando entre ellos, recordando sus vidas, las historias del lugar, las antiguas romerías. La vieja ermita ha sido reformada y rehabilitada, agregándole una nave hacia el lado de Lara, una nave de grandes bloques prefabricados de hormigón, pero con la fachada exterior que da al valle rematada en piedra labrada, la interior desnuda y con grandes ventanales, y la trasera mitad y mitad. Dentro de esta nave, dividida en dos por un muro central, se sitúan grandes mesas y bancos de hormigón, alineados en sentido longitudinal. Es el estar-salón comedor de los cofrades, preparado para resistir al frío y el calor, y ahora cubierto de paquetes, botellas, canastas, y romeros que charlan, dormitan o hacen tiempo, después de haber reservado sitio desde primeras horas del día.
Hay un movimiento de paseantes hacia el mirador de El Castillejo, y a ellos nos sumamos recordando otros paseos, cuando veníamos por aquí, hace años, tratando de localizar y robarle a la madre tierra y a la historia prodigiosos restos fósiles de su pasado marino, tratando de competir con Blanca, la farmacéutica, y con Manolo Chicharro, el enjundioso. Al camino, que va directo al abismo que nos separa de Campo Lara, se engarzan paseantes masculinos y femeninos en grupos, y hay familias, con los niños que corren y saltan, y abuelos meticulosos que los persiguen. Los hombres comentan sus batallitas de cuando eran jóvenes. A las mujeres se las ve hablando en voz baja y señalando sitios más ocultos, árboles y roquedas que ofrecen protección "para ir al baño", y el dato se transmite de grupo en grupo: "Por allí. ¿Ves?". El espacio nos atrapa y el viento nos sacude, nos enfría, y el horizonte nos devuelve retazos de la historia aposentada: el Castro, Castillo de Lara, Los Siete Infantes, Almanzor, marinos de la Armada Invencible, el Cura Merino...Y novedades de la historia reciente: los Parques Eólicos. Los hombres insisten en contar su particular aventura, la explican, señalan sitios, hablan de la Guerra Civil, pero cuando les preguntamos cosas concretas dicen: "Ay, yo no lo sé exactamente! Nunca he estado ahí. Eso no lo conozco, pero se lo he escuchado a alguien". A veces, así se transmite la historia. Volvemos, y el recorte del espacio entre La Muela y El Castillejo, con el suave valle abriéndose entre ellos, nos devuelve todo el sentido metafórico y homomórfico de la escena. Caminamos por el canalillo, en el centro mismo del seno materno de la tierra. Arriba, en la misma cumbre de El Castillejo, divisamos unas diminutas figuras de personas, jóvenes, incluso niños, desdibujadas por la distancia y el espesor del aire, de las nubes. Retozan sobre el rosado pezón rocoso, y lanzan gritos cargados de júbilo, valor, emoción, no sabemos si por la hazaña realizado o por la simbología del lugar. Un rebaño de ovejas que pastaba abajo, en el pardo valle de rastrojos, va subiendo la ladera cercana a la ermita. ¿Vendrán a la romería?. El pastor nos saluda, los perros nos miran con recelo amistoso.
Entramos en la ermita para conocerla mejor. Observamos la agradable y sencilla arquitectura, las ofrendas colgadas de los muros, el altar, la ahora solitaria imagen, perdido ya su acompasado movimiento. Repica una campanilla y creemos que nos llaman a capítulo, pero lo que se anuncia es una rifa de garrapiñadas que se celebra fuera. Un hombre sobre un taburete reparte unas tablillas rectangulares a tres euros, con tres cartas españolas distintas pegadas a ellas, otro saca una carta de una bolsa. Si coincide con alguna tiene premio: tres paquetes de deliciosas almendras recubiertas de azúcar derretido. En la puerta lateral de la ermita, por donde se acaba de prohibir el paso, han colocado una enorme cesta de mimbre llena de pan artesanal, con distintas y graciosas formas. Se subastan, como una manera de recabar fondos para el mantenimiento del edificio y el cuidado de la imagen de La Virgen.
En un protegido rincón exterior del edificio hay un ordenado conjunto de instrumentos musicales. Unos muchachos vestidos de negro trabajan en la preparación del comienzo del baile, justo a la hora del vermut. Dicen que esperan a que haya energía, la que suministra un generador movido por un motor de gasolina que lleva toda la mañana ronroneando, alejado unos metros de la ermita, los suficientes para que su ruido no venga a confundirse con el de la orquesta.
¿Romería o Verbena?. (3)
Hay viento, hace frío, no encontramos un lugar cómodo y resguardado donde ponernos a comer tranquilamente. A regañadientes decidimos irnos, como muchos que también regresan, mientras otros, apresurados, van llegando. Nos contraría el perdernos la Salve nocturna, cantada, según Juancho, en el momento final y más "entonado" de la jornada. Media romería y vuelta.¡Pero el año que viene volveremos!.


Norberto Spagnuolo
septiembre de 2003


(1) "Covarrubias". 1993. Poesía del autor
(2) "¿Del arrabal a la ciudad?". Estudio sobre el Alto de San Isidro, Madrid. IVIMA. 1989
(3) Romería: "Fiesta popular que se celebra en una ermita o santuario el día de la festividad religiosa del lugar" Diccionario Canseco
Verbena: "Fiesta popular al aire libre con música, baile y diversiones, y que se celebra generalmente por la noche." Idem

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