martes, 21 de agosto de 2007

WINDSOR: La caía de los Dioses


Nos enteramos ahora que el asunto de Babel, la primera torre rasca-cielos, no estaba bien contado. Resulta que Dios no castiga a los hombres con la confusión de sus lenguas por la osadía de querer alcanzar el reino de la sabiduría eterna. Por el contrario, Dios los acerca al cielo para que mezclen/intercambien sus lenguas, para encontrarse, conocerse, integrarse. La prueba reciente es que gracias al WINDSOR encendido hay un masivo desfilar de madrileños, extraterritoriales, inmigrantes pre y post legalizados, y extranjeros circunstanciales ante su humeante, ennegrecida y escultural “ruina inminente”, que dice el alcalde. Confluyen todos a rendir homenaje al dios rasca-cielos caído, ahora más hermoso que antes, convertido en maravilla observable, ejemplar legado simbólico. El WINDSOR resulta ahora más bonito y expresivo, más llamativo y admirable, que todos los similares edificios de Madrid puestos en fila india por riguroso orden de talla
No creo que sea el primero a quien se le ocurra, pero con tanta y multitudinaria adoración, opino que lo mejor sería conservarlo tal cual, como escultura-ruina, que ni comparar con el anodino, si bien correcta y mejor construido, WINDSOR de la última restauración. Yo propongo la consolidación de la ruina en escultura, que no se caiga ni lastime a nadie, que ya nos ha dado el susto suficiente, que nadie arriesgue su valiosa vida. Si existió la tecnología para construirlo, si existe para derruirlo, debe existir para dejarlo en lo que quedó, aunque atado y bien atado. Consolidar la ruina como escultura puede ser mucho más espectacular que un nuevo edificio bien planchado y peinado. A ello cabría agregar unos cuantos atractivos de parque temático que preexisten como don natural: algún fantasma ignoto de vez en cuando, unas luces misteriosas que se enciendan y apaguen, unos cuantos ruidos como de respiración agónica, que dijo alguien, unos sótanos truculentos y plenos de sorpresa.
Creo que al 2M(fuiss)12 le sentaría de maravilla, mejor que pasar los siete años previos al acontecimiento gallardo viendo, y sufriendo, demolición y nueva construcción sin saber lo que nos depara el futuro. El costo sería menor, todo el mundo se pasearía por allí, progresarían los negocios y comercios inducidos por la vorágine de visitantes, el mercado de la fotografía se incrementaría, las postales de Madrid se plagarían de aleccionadores monumentos a la cualidad contradictoria del hombre: ahora lo construyo, ahora no sé, no puedo, no quiero salvarlo. De vez en cuando propondría una visita de autoridades, y de esos arrojados muchachos de la inspección saliendo de las humeantes ruinas vestidos de bomberos astronautas. ¡Ellos sí que se merecen un monumento! ¿Por qué no éste? La belleza del rasca-cielos caído, quemado, derretido, churreteado, y sin embargo en pié. Daríamos una nueva pauta del carácter español, madrileño en particular. Expresionismo de claroscuro, sol y sombra: Goya, Gutiérrez Solana, Valle Inclán. En el mito de la torre de Babel, el impulso migratorio se expresa en el deseo de «llegar al cielo» para alcanzar el conocimiento de «otro mundo», distinto del conocido. ¡Pues eso!

Norberto Spagnuolo

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