jueves, 23 de agosto de 2007

TUNNING & RESTILING, and TOURING

Las calles de la Villa Rachela de Covarrubias se llenan de ronroneos abruptos, estrepitosos o acompasados, de colores exaltados, brillantes o nacarados, como labios de mujer en boda de viernes, de líneas fugitivas y aerodinámicas hechas a mano en el taller del abuelo, el tío o el amigo, de sonido afro-caribeño y de bailanta de bacalao. Los viejos muros retumban como si un ejército numeroso avanzara sobre el pueblo.
¡Pero es el Tunning & Restiling quién avanza sobre la sociedad!.

Covarrubias, Junio 21 y 22. ¡Gran concentración!

Cuando era pequeñito jugaba a carreras automovilísticas en miniatura, en circuitos dibujados con tiza sobre la acera o el asfalto, empujando cochecillos de plástico con los guardabarros recortados, un numerito pegado en puertas y capós, y lastre de masilla adosada en las entrañas para que corrieran mejor. Y cuando las competiciones se suspendían por el rigor paterno, me dedicaba a crear autobuses de latón recortado y decorado, claveteado sobre chasis de madera. Todo eso se acompañaba del tradicional brrummm-purrumpunnn-turumm, que era, y es todavía cuando no hay otro remedio, la onomatopeya bucal saliendo por el tubo de escape, convertido en trompeta de órgano del bólido, demostrando que todo funciona muy bien, y que ahí debajo hay potencia de sobra, aunque el motor sea de puro aire de imaginación. En cambio, los muchachos de ahora se dan el lujo de hacer lo mismo con coches de verdad, y además llevar al lado una chica de verdad, rubia o morena pero siempre despampanante, que nos recuerda a la Barbee automovilista. No como nosotros entonces, que como mucho contábamos con la gordita de la esquina, amiga de nuestra hermana, simpática, entusiasta y con trenzas
A finales de Julio del año pasado merodeábamos entre la Vía de la Plata y el Camino de Santiago, cerca de Astorga, camino de León, y por ahí fue donde nos sucedieron hechos que nos abocaron, sin saberlo ni quererlo, a descubrir esta moderna y juvenil pasión por las ferias o concentraciones de aficionados a la causa. Ni siquiera nos sonaba lo del Tunning & Restiling, pero a más de cinco kilómetros de la villa de Hospital de Örbigo se presentía algún extraño suceso que movía el aire del día, y precipitaba a las masas hacia algún punto, tal que si fueran moscas a un pastel. Era notorio el deambular demostrativo, desperdigado primero, saturado después, de relucientes coches de tipo medio, de producción nacional o segunda mano, pintados con llamativos y diversos colores, a veces nacarados, cargados de alerones, deflectores aerodinámicos algo exagerados, multitud de faros y luces, y lanzando a los cuatro vientos y a todo volumen, una sonora música rítmica, mezcla del ronroneo afinado de los motores con la producida por poderosos equipos de alta fidelidad acoplados a la parte trasera del vehículo. Y todo ello bajo la dominante razón estética que prefiere lo decorativo a lo funcional, lo que evidencia a la vez, no sólo un arduo y meritorio trabajo de tardes, noches y fines de semana entre amigos, sino sobre todo una clara necesidad o razón dominante: un cierto romanticismo narcicista convertido en vocación por el derecho al pavoneo.
La Argentina de la primera mitad del siglo XX era un país de preferente cultura anglosajona que parecía querer caminar hacia los primeros puestos entre las naciones modernas, y la automoción y sus derivados ocupaban un lugar fundamental en la cultura económica y emocional del país. De la pujante necesidad de desarrollar y organizar modernamente un territorio tan vasto, la creciente influencia del vehículo, junto a los matices que aportaban la industria gringa y la cultura deportista inglesa, surgieron hacia los años treinta las primeras carreras de Turismo Argentino de Carretera, o de Mecánica Nacional, modalidad que aún continúa y que es pionera junto a la europea de los modernos railys. Nuestros cochecillos infantiles de plástico carenado derivaban su ideario funcional y competitivo en miniatura de esa imagen de transformación funcional y mejora de las prestaciones de los vehículos de serie industrial, demostrando que la "mecánica argentina" tenía una capacidad creativa y técnica de primer nivel. Juan Manuel Fangio llego a ser su máximo paradigma.
Pero volviendo a Hospital de Örbigo, la pequeña villa rebosaba a media tarde de una circulación contínua y paseandera de pajarracos metálicos, y del estruendo conjuntado de sus bafles acoplados, sus motores afiatados y escapes libres. Junto a la variopinta danza de los objetos rodantes, se movían personas de todo tipo atraídas por la novedad y el jolgorio, llegados a un pueblo habitualmente tranquilo. Dominaba la presencia masculina, sobre todo entre los participantes del evento, acompañados en la mayoría de los casos por hermosas muchachas vestidas a la última moda veraniega de provincias, y luciendo palmito, como se dice en las crónicas rosas. Palmito y ligeros tops, ajustadas camisetas y pantalones de refulgentes colores, a tono con los del coche en cuestión, y todo ello sobre cultivados cuerpos naturales, o con "restiling" de gimnasio y clínica. Todo el pueblo permanecía bajo el impacto de la Feria, que en este caso se llama “Concentración”, y este impacto, de atracción, de movimiento, se extendía hasta diez kilómetros a la redonda, como pudimos comprobar personalmente a través de la búsqueda, muchas veces infructuosa, de un hotel, casa rural o camping donde aposentarnos.
Fiesta-Feria pues del narcicismo, de la confirmación del YO por su traslación a la obediencia del Dios de la Modernidad y el progreso de las naciones: EL COCHE. Pero esto no es una feria de automóviles caros y último modelo de las mejores marcas, es una feria de los aspirantes a ello, como nosotros, cuando jugábamos de pequeñines, lo éramos a titulares de vehículos, el que fuera. Y es una feria automovilista con estilo propio, con cultura propia, dominantemente rural o periférica, y de capacidad adquisitiva relativamente baja. Tener un coche como los que ahí se exhiben, rediseñado manualmente, compitiendo en imagen y sonido, mantenerlo, enriquecerlo o cambiarlo por uno mejor y más ganador, es un esfuerzo serio que realizan los más jóvenes con mucha dedicación a ello. Jóvenes que, por lo que es de observar, parecen proceder de capas sociales medias y bajas, trabajadores de oficios, mecánicos ellos mismos muchas veces. Y el exibicionismo no es entonces algo gratuito sino necesario, y significa desahogo social, vestido de los domingos, baile de los sábados. En cuanto a la estética dominante, que ya catalogamos como decorativa, barroca, romántica, y nunca funcional, se nutre de fantasías exageradas, de sueños de películas de ciencia ficción, de dibujos animados, trufada de imágenes rescatadas o deudoras de los juegos electrónicos, y hasta de la propia memoria oculta del ambiente recargado del salón de estar de los hogares familiares, con el retrato de los abuelos colgado sobre la chimenea. Aunque también es cierto que en algunos domina cierta estética futurista de lo esencial o inútil, sin abandonar el placer por colores y mezclas chillonas.
Los coches compiten en varias modalidades: el estilo carrocero, la decoración interior, el sonido musical, el ajuste del motor, parecen ser las principales. En cada una de ellas se participa demostrando las cualidades del vehículo a la atenta mirada y oído de jueces y público, y haciendo pequeñas exhibiciones que atraen a los curiosos y generan, según la originalidad o fantasía demostrada, grandes corrillos de entusiastas admiradores que alaban o discuten tales cualidades, como si de un mismísimo toro reproductor, Aberdeen Angus, Heretford, o Shorthorn, se tratase. Es delicioso asistir a tales demostraciones. El dueño de la maravilla, o un colaborador cómplice o coequiper, abre el capó trasero del vehículo, se encienden entonces luces como de discoteca o bar de alterne, u otras por el estilo, y el sistema de sonido se pone automáticamente en marcha, comenzando a girar platos o CD's, saliendo de lugares ocultos, apareciendo bafles escondidos que comienzan a saltar como posesos por la potencia de los vatios en juego, del ajuste de los graves o agudos, según la música (una especialidad). Se abren las puertas delanteras, y una ajustada gama de lucecitas se encienden y nos muestran el lustrado, brillante o afelpado interior, hábilmente retocado como si fuera el boudoir de Margarita Gottier, o el tablero del taxi galáctico donde se sube Harrison Ford en "Blade Runner". Finalmente, el orgulloso propietario competidor pisa, despisa y juega regularmente con el acelerador, exhibiendo ahora la calidad sonora de la potencia, alta o baja, instalada bajo el capó delantero, consiguiendo extraer del motor verdaderos motivos de afinación exquisita con variaciones que hacen extasiar al público de aficionados, que finalmente aplauden como si acabara de hacer una perfomance el mismísimo Pavarotti.
Y ahora, Covarrubias, La Cuna de Castilla, celebra una de estas ferias-concentraciones, y nos damos cuenta, caemos en la cuenta, de que esto es también un nuevo motivo recién descubierto de atracción turística, o al menos que lo puede ser, o al menos que así lo venden los organizadores del evento, que sobre todo necesitan un gran espacio, accesos cómodos, aparcamiento masivo, servicios cerca, y sobre todo público con el que pavonearse, exhibirse, o que puedan contribuir a la financiación, entrada mediante. A cambio de ello, se supone que la organización paga un alquiler o tasa al municipio. El público atraído, nunca muy lejos de los cascos, deja en éste su dinero en consumos varios, y todos conocen y reconocen un lugar al que podrán volver en un futuro para solaz de los intereses locales. Quizás también tales eventos y sus interludios sirvan para que en España crezcan más y mejores diseñadores carroceros, mecánicos imaginativos, o discyockeys afinados. Ya sería algo.
Nos temíamos lo peor de esta concentración luego de haber transitado por la de Hospital de Örbigo el año anterior, o de haber tardado cuarenta y cinco minutos para cruzar Lerma en plena y última Feria de la Maquinaria con Tunning & Restiling incluidos, o de saber, según noticias de radio, TV y periódicos que comienzan a haber ferias similares por toda España, y que se han puesto de moda. Y sobre todo porque uno de los accesos principales al Parque de Concentración, situado en Las Eras de Arriba, antiguo campo de fútbol, pasa por la angosta calle principal del Barrio Las Palomas, donde está nuestra casa, y además está defectuosamente indicado. Pero nada apabullador sucede, sobre todo porque la asistencia en los casi tres días de fanfarria es más que modesta, casi inocua, y como mucho sólo alcanza a dejar oír bruscos y sonoros acelerones, o ver lanzar destellos estelares fugaces sobre el recinto del casco antiguo donde cada tanto se pasean lentamente algunos de los vehículos participantes, o de los responsables del invento, preocupados seguramente porque no consiguen cazar y arrastrar a la celebración a los turistas que deambulan por el pueblo. Y también, todo hay que decirlo, porque la organización parece eficaz, y las personas encargadas de ella, mujeres y hombres, son discretos y agradables, capaces de aguantar pacientemente el solazo que les cae sobre la era, o el largo aburrimiento diario.
¿Es Covarrubias, quizás, un destino turístico demasiado refinado, para estas invasiones de la cultura moderna popular? ¿Estas exaltaciones narcicistas y subculturales contribuyen a difundir el patrimonio histórico, a divertir a la gente?. Las autoridades que dieron su permiso debieran pensar y tomar nota de ello.



Antonio di Luca
Septiembre 2003

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